Los libros – cuatro - se van amontonando en la habitación del hotel en una ensenada del Levante mediterráneo, con el deseo de hallar, igual a los navegantes de la Troya de Gisbert Haefs, el mito de la realidad o, si fuéramos pretenciosos, la esencia vital de la cultura.
En la media noche - de una a cuatro y media de la mañana - , hemos absorbido – es la segunda vez - “Memorias de mis putas tristes”, ese puñado de páginas del mismo tamaño de “Crónica de una muerte anunciada”.
Aquí bien puede decir uno que la palabra se ha vuelto verbo sin límites, pues para Gabriel García Márquez los vocablo sigue escondiendo un secreto poético, el mismo renacido exuberante en la pasmosa tierra caribeña.
Cuando tercie, en este viaje saturado de cicatrices y recuerdos, comentaremos las 109 páginas del protagonista triste y de Rosa Cabarcas, “la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible”, dentro de una asombrosa historia desarrolla entre Cali y Medellín.
Estamos otra vez ante la literatura de asombro y amores eternos de Gabo. Acaso tal vez así, Jean Daniel, periodista, director de “Le Nouvel Observareur”, expresó que nuestro oficio no consiste en hallar la verdad “sino en buscar lo verosímil”.
A la par, ausculto a Claudio Magris, nacido en Trieste, esa ciudad bifurcación de las fronteras europeas.
Cuando se vive al refilón de los mojones imaginables, los del alma y la territorialidad, es imperativo exclamar como él lo hizo: “Escribir es un acto de amor, y en el amor se hiere”.
Y en ese trance de garrapatear cuartillas, el autor de “El Danubio” sabe que toda narración necesita personas de carne y hueso, gente que nace, se enamora y muere.
Ya entrada la sombra insondable, con ese mal de no conciliar el sueño hasta el alba, teníamos en la rinconera de la mesita, un librito comprado aquella misma tarde y que hacía añales había repasado en esos contrafuegos de dudas comenzadas en la juventud. Son muy pocas páginas de Arthur Schopenhauer, tras haber escritor los ensayos “El Amor, Las Mujeres y La Muerte”, cuyas frases y duras sentencias han herido a varias generaciones.
En aquel lejano tiempo lo seguimos ciegamente, deseando como él vivir apartado del conglomerado humano, en el cual no creía y lo despreciaba. En ese minúsculo compendio llamado “El arte de conocerse a sí mismo”, unió expresiones sutilmente rebuscadas que coincidieran con su manera de ver el mundo el cual repudiaba en demasía.
Del filósofo y literario francés Helvecio: “Ninguna deuda se salda tan fielmente como el desprecio”. Del Marcial obtuvo de su “Epigrammata”: “No te hagas demasiado amigo de nadie; así te alegrarás menos y sufrirás menos”.
Uno, con años en la frente, le puede responder: Todo al final ha sido un vano alivio o cierto perenne desconsuelo.