En el año 2004, el Gobierno español retiró a nuestro país de la operación militar “Libertad Duradera”, capitaneada por los Estados Unidos e incorporó a nuestros soldados a la misión de las Naciones Unidas para la “estabilización, desarrollo y reconstrucción” de un país que venía, desde hacía muchos años, sufriendo invasiones, acciones militares y genocidios externos e internos, con prácticas recientes tan abominables por parte de los talibanes como por parte de la Administración Bush (matanzas de centenares de personas, torturas en la prisión de Bagram, de las que tan poco, por cierto, se ha hablado… ). Los Estados Unidos solicitaron a la OTAN –que es una forma de solicitárselo a sí mismos- que formara parte de una estrategia militar muy distante a la que permitiría un auténtico cambio en la situación de Afganistán, volcándose en ayuda a la población civil, en protección de la gente, en el visible aumento de la calidad de vida.
El Presidente Obama, en la misma onda que el Gobierno español, ha asegurado que el nuevo rumbo de su actuación se dirige a procurar que lo antes posible los afganos dirijan su destino. Pero, todo hay que decirlo, ha hablado más del número de efectivos militares que de las cuantiosas ayudas, que son necesarias para que este país pueda pronto liberarse de las cadenas del tribalismo, el narcotráfico, la ignorancia, la superstición, la miseria.
Aplicar los Derechos Humanos, para, como lúcidamente se proclama en el Preámbulo de su Declaración, “liberar a la Humanidad del miedo y de la miseria”. Atemorizados, desamparados, viendo sólo el músculo y nunca el corazón de los que dicen protegerlos. Viendo sus botas y sus armas. No sus manos tendidas. No el pan. La pobreza es el gran caldo de cultivo de personas que, después de tantas promesas incumplidas, de tantas heridas, exclusiones y humillaciones, se radicalizan y expresan su frustración, en la inmensa mayoría de los casos, emigrando cuando pueden, aún jugándose la vida. Otras, muchas menos, caen en la tentación de la violencia. No hay nada más peligroso que la desesperanza.
No me canso de repetir que cuando se invierten miles de millones al día en armas y se consiente que mueran miles de personas de hambre y olvido, cuando se sabe que más del 40% de la Humanidad vive en condiciones inhumanas, cuando se explota y empobrece a tantos países en beneficio, casi exclusivo, del 20% de la Humanidad que vive en el barrio próspero de la “aldea global”… resulta patético oír hablar de insurgencia y, en lugar de paliar sufrimientos y restañar heridas, incrementar el gasto en armas y efectivos militares. Los problemas, sépanlo de una vez los que viven desde hace siglos beneficiándose del principio de que “la fuerza es la solución”, deben resolverse con solidaridad, con justicia, com-partiendo bienes y conocimientos, y experiencia.
Después de los disparates de la Administración Bush, sé bien que no puede “bajarse la guardia” –aunque seguramente se trate de nuevas estrategias y otras prácticas bélicas– y que los terroristas deben enterarse, también de una vez, que su única salida es su incorporación a la sociedad defendiendo sus puntos de vista sin imposición y sin violencia. Es urgente formar a las propias fuerzas de seguridad, pero en un contexto de mejora general de la calidad de vida. Y evitar las acciones de quienes, desde países próximos, algunos de ellos muy ricos, siguen proporcionando medios y recursos a los talibanes… además de los que les produce el narcotráfico.
Pero, debe quedar muy claro que, simultáneamente, es la gente, las mujeres, los hombres y los niños, los que van a recibir ayuda a manos llenas y van a recorrer los inéditos caminos de la paz, de la justicia, de la democracia.
Por cierto, ¿cómo se les ocurre hacer elecciones en medio del desbarajuste guerrero y de la miseria? Elecciones, por otra parte, en las que –como sucedió en Gaza– no se reconocen los resultados si no ganan quienes creían que debían ganarlas, los que las organizan o consienten.
La democracia no puede enraizar en la ficción, en la oligarquía disfrazada, en el miedo y la sospecha, en el rencor, en la ley del más fuerte. Primero, ayudar en una gran acción del conjunto de la Humanidad, coordinada por las Naciones Unidas cuya misión de rehabilitación no puede conseguirse en le contexto de una progresiva desafección de la sociedad civil. Toda acción militar que resulte indispensable, debería ser llevada a cabo por los Cascos Azules, para evitar la repetición de invasiones como las de Kosovo e Irak, o genocidios como los de Ruanda, o acciones bélicas como las de Gaza…
Según la Ministra española de Defensa, Carmen Chacón, “es evidente que no sólo la OTAN sino la ONU y el mundo entero no pueden permitirse que Afganistán vuelva a caer en manos de quienes dieron amparo a la brigada de terror que sacudió el planeta y que llegó a nuestras calles. Por eso, repito siempre que nuestros militares están trabajando para la reconstrucción de Afganistán y a la vez para la seguridad de nuestras familias”… Y añadió: “Cada baja civil eleva el número de “insurgentes”.
En el primer semestre de 2009 se produjeron 1.013 víctimas civiles, de las cuales el 31% se debieron a operaciones militares de las tropas internacionales.
No debemos olvidar que en Afganistán existen 35.000 aldeas dispersas por el país. Se trata de recuperar la confianza de los grandes jefes de las tribus, y aislar a los talibanes más radicales, más “jihadistas”.
El pueblo afgano –como tantos otros– ha perdido la confianza depositada en quienes les prometieron reconstrucción, ayuda, respeto a sus costumbres. Hay que procurar que el apoyo popular vuelva a depositarse en quienes, por fin, aparezcan con más ayudas que bombas.
Los ciudadanos comienzan a percibir a los “insurgentes” como “nacionalistas amigos” en lugar de cómo “terroristas enemigos”. ¿Todos los talibanes –deberían saberlo quienes los pusieron– son abyectos secuaces del terror? Seguramente, no. Matar a talibanes no es el objetivo: es capturar a Al-Qaeda, a los violentos. Hay talibanes que para liberar a su país de extranjeros manejan a los “suicidas” como si fueran una Kalashnikov. Persuaden –con un gran cinismo– a los más fanáticos de que si se inmolan Alá los acogerá en el paraíso. “Trajimos al suicida y lo preparamos”, leí con auténtico estupor en una entrevista mantenida por el Mulá Fateh Mohamed con el periodista David Beriain en Herat, el pasado mes de septiembre. El “suicida” se llamaba Habibullah y tenía 18 años. El propio Mulá lo había reclutado y entrenado [1].
En el texto de Beriain se reproduce un dicho pashtún: “Todas las mujeres son despreciables, incluidas tu madre y tu hermana”. Y recordé inmediatamente la entrevista que tuve con los representantes de Afganistán, cuando era Director General de la UNESCO, tratándoles de convencer de que las niñas debían ir a la escuela. De los 5 interlocutores, sólo hablaba el situado en medio (como he tenido ocasión de experimentar en situaciones parecidas): “Todas las mujeres son impuras”, me decía. Y yo insistía argumentando que no se trataba de mujeres sino de niñas. Y él repetía: “Todas las mujeres son impuras”. Cuando le comenté que él era hijo de una mujer, me dijo: “Todas las mujeres son impuras”.
No cabe duda de que interpretan el Islam en una forma tan extrema como indebida. Pero éstos son los “oficiales”. Es muy probable que, como antes indicaba, haya muchos talibanes que lo único que quieren es que los “invasores” se marchen.
La guerra contra Afganistán se inició muy poco después del 11-S con el fin de destruir los campos de entrenamiento de Al-Qaeda. El 7 de octubre de 2001, con el bombardeo del norte de Kabul comenzaba una acción de represalia que podía justificarse a los ojos de los millones y millones de ciudadanos de todo el mundo que habían presenciado horrorizados los actos de terrorismo suicida contra las Torres Gemelas. Parecía que se trataría de una acción rápida y eficiente, y que los talibanes serían rápidamente desalojados del poder y de las posiciones estratégicas que ocupaban. Pero la alianza con los “señores de la guerra”, de tan mal recuerdo para la población, así como tantos civiles muertos al errar el blanco los sofisticados artilugios bélicos, contribuyeron a un rápido decaimiento del apoyo ciudadano. Era una guerra “desde arriba”, desde muy alto… pero cuando bajaron más a pie de tierra se dieron cuenta de que Al-Qaeda y los talibanes no debían confundirse.
La propuesta del General Stanley McChrystal consiste en que los afganos pasen a ser los protagonistas, tanto desde el punto de vista civil (desarrollo, bienestar, seguridad) como militar: derrotar a Al-Qaeda, preparando unos 400.000 militares y policías afganos en pocos años, para que puedan asumir la vigilancia de su país y tomar el relevo de las fuerzas internacionales. Todo ello teniendo en cuenta que “cuesta 50 veces más un soldado de la OTAN en Afganistán que lo que cuesta un soldado afgano”, como ha puntualizado el Secretario General de la OTAN, Anders F. Rasmussen.
Sólo la ONU legitima y abre la posibilidad de fortalecer un desarrollo de gran envergadura. Hay que lograr el apoyo de la sociedad, haciendo patente la ayuda, acabando con la corrupción, controlando bien las fronteras y relaciones con Pakistán…, para que las fuerzas “extranjeras” puedan iniciar en un futuro no lejano su vuelta a casa.
Hay un problema fundamental que resolver: la inmensa producción de opio (y por tanto, de heroína) que tiene lugar, como siempre, en Afganistán y que no ha decrecido, sino todo lo contrario, desde que se intenta reencauzar el futuro de este país. Se trata de cambios de cultivo que deben ser debidamente subvencionados, porque como pone de manifiesto Ronald Hatto[2], entre los 13.000 dólares por hectárea que se obtienen del cultivo de adormidera y los 400 dólares que se recaudan por cultivar trigo, por ejemplo, la elección es demasiado simple. Por ello debe tratarse de un auténtico plan de desarrollo con la subvención adecuada, durante varios años, para “un nuevo comienzo” de la producción agrícola y de la economía de este país tan relevante para un cambio global.
Hay que tener en cuenta que la heroína es la fuente principal de recursos económicos de los talibanes seguidores del “Mulá” Omar. Mientras se produzca cocaína en Colombia y heroína en Afganistán, mientras haya hambre y paraísos fiscales, la guerra no cesará. Tienen que saberlo muy bien los países que tienen mayor demanda de drogas –mientras haya demanda habrá oferta– y que siguen sin clausurar los paraísos fiscales. En Afganistán la producción de opio representa el 33% del PIB. El consumo de la heroína en el mundo genera 65.000 millones de dólares al año, equivalentes a 4.000 toneladas de opio (el 60% consumido en Estados Unidos y Europa). Pues bien, el 90% de la heroína procede de Afganistán. En un reciente informe (octubre de 2009) la ONU alertaba sobre el hecho de que un altísimo porcentaje del opio que las mafias trafican en todo el mundo, tiene su origen en territorio afgano. La heroína que procede de la “amapola” mata al año más gente que cualquier otra droga o que las guerras: se calculan unas 100.000 vidas. En los países miembros de la OTAN mueren 10.000 personas por el consumo de opiáceos, 5 veces más que las bajas militares de 8 años de guerra. Conclusión: hace falta una estrategia mundial, bajo el mandato de unas Naciones Unidas con autoridad y dotadas de los recursos de toda índole necesarios, para que se acabe con estas contradicciones extraordinarias, entre las que destaca la de los grandes consumidores que suelen interesarse más por terminar con las fuentes potenciales de drogas que en reducir la demanda interna y castigar a quienes se implican, conociendo su inmensa responsabilidad en el siniestro resultado de sus actividades mercantiles, en estos turbios negocios.
No cabe duda, por tanto, de que la reconstrucción no debe expresarse sólo en carreteras y en el PIB sino en atención social, en desarrollo endógeno, en sustitución del cultivo de opio, en una auténtica “revolución verde” en Afganistán. Releyendo la prensa de los últimos meses, nos damos cuenta de que todos los países que deciden apoyar a los Estados Unidos cifran su contribución en un número determinado de soldados. Es cierto que, además de proporcionar defensa y seguridad, debe formarse a militares y policías afganos. Pero todo ello, no podrá tener lugar si los ciudadanos no se convencen de que la política internacional en relación al futuro de su país, cambia radicalmente.
En su discurso de El Cairo, el 2 de junio del año 2009, el Presidente Obama indicó que “vamos a aportar más de 2.800 millones de dólares para ayudar a los afganos a desarrollar su economía y proporcionar servicios de los que depende la población”. El gasto militar previsto es de 65.000 millones de dólares, según el Jefe de su Gabinete, Rahm Emanuel. Cuando hace unos meses pudieron movilizarse 820.000 millones de dólares para rescatar a las instituciones financieras “irresponsables” de los Estados Unidos, ¿no parece muy poco lo que ahora se proyecta destinar al desarrollo afgano?
Rasmussen ha declarado que cree que en 2010 puede iniciarse la mejoría de la situación porque había “compromisos claros, acciones indiscutibles del Gobierno afgano que le permitirían atraerse al pueblo. Y habría más ayuda al desarrollo, empezando por los 5.000 millones de dólares ofrecidos por Japón…”. Aquí, de nuevo, es donde deberá verse si, realmente, es posible pasar de una economía de especulación y guerra a una economía de desarrollo global, empezando por los países más vulnerables, como Afganistán. Energías renovables, producción agrícola, servicios de salud, viviendas ecológicas… y, sobre todo, escuelas, escuelas, escuelas. La tasa actual de analfabetismo es del 72% (en Irak era del 26%). Sería extraordinariamente conveniente una coalición de naciones árabes y musulmanas que participaran activamente en la reconstrucción y rehabilitación del sufrido pueblo afgano.
Obama ha programado un gran esfuerzo militar y –espero que en mucha mayor medida que el de ahora– civil. Sería muy conveniente que rápidamente se cuantificaran y se conocieran las ayudas que de todas las partes del mundo se ofrecerán para ayudar a Pakistán como a la niña de los ojos (agua, energía, finanzas, desarrollo sostenible). Y también, contar con la actitud conciliadora de la India, para que la atención de Karachi e Islamabad se desplace de Cachemira a las fronteras con Afganistán.
Frente a los artefactos explosivos utilizados por los “insurgentes” en esta guerra asimétrica, “las fuerzas aliadas” utilizan aviones Predator, sin piloto, guiados desde Arizona! A la vista de los excesos “colaterales” que producen estos artilugios no tan “inteligentes” como se creía, el General McChrystal ha decidido, con buen criterio, limitar su utilización.
Debe evitarse a toda costa otra matanza como la de Kunduz. No volver a caer en la dinámica de Cheney de “la guerra contra el terror”, en la que todo vale.
Lo que hay que hacer es volcarse en asistencia, en servicios, en medios materiales y humanos para que las Naciones Unidas puedan cumplir su mandato. La actual asimetría entre gastos militares y gastos “sociales” es insoportable. Deben prevalecer la reconstrucción y la rehabilitación sobre la dinámica bélica.
La “libertad duradera” de los Estados Unidos y la ISAF (Internacional Security Assistance Force) a cargo de la OTAN y amparada por la ONU deben acoplarse de tal modo que la acción pacificadora y normalizadora prevalezca sobre la guerrera. Una acción contra-insurgente eficaz, logrando contener a las milicias fanáticas, eliminando el narcotráfico y favoreciendo con grandes aportaciones, de toda índole, una nueva era en estos países tan castigados y defraudados.
La solución es política y social, y lo que importa es que Afganistán pueda tener en sus manos, lo antes posible, las riendas de su destino.
[1] “El País”, 6 de septiembre de 2009.
[2] Ronald Hatto, en Politique Internationale, número 125, otoño 2009, páginas 49–63
NOTA DE AM: Este artículo fue escrito por el profesor Zaragoza en 25/1/2010, pero lo reproducimos por su permanente actualidad, como el lector de asturiasmundial podrá apreciar.