El teatro de Lubianka

Cuando todo quede yermo en el campo cultural, acaso podremos regresar al Quijote y saber en que lugar erramos  y a cuenta de  qué se nos cortaron  las alas de las ilusiones sobre el escenario, los patios o el zaguán.

 

Impasibles, como si fuera un documental viejo visto otras veces, vemos cerrar  espacios de expresiones artísticas, cortarles de cuajo las subvenciones, fragmentarles el aliento, y sacarlos  a la calle cual trastos inservibles.

 

 Y cierto de toda certeza: a los regímenes totalitarios con pensamiento hibrido y máxima genuflexión al líder, las puestas en escena que aguijoneen  la conciencia, la hagan retorcerse, desnudar  la verdad, abrir la opinión contraria a la ideología de movimiento ceñido a la sumisión mezquina, son podredumbre y  contaminación.

 

Primero cayó en  Venezuela el Ateneo de Caracas; tras él, en cambote, todo espacio creativo independiente no arrebujado bajo la  membrana oscura del  marxismo oscurantista.

 

Por aquí y más  allá, los funcionarios culturales – ojos ásperos, boca hendida, oídos yertos – escarbaron bajo los rastrojos con saña y arrancaron de cuajo las raíces por si escondían un resquicio de libertad creadora. El panorama de las artes - teatro, música, danza, pintura, letras, cine -   se halla fracturado hasta el tuétano, y lo que aún pudiera quedar en pie presenta un panorama desolador.

 

 En medio, cual losa resquebrajada, el silencio de los corderos, los intelectuales adosados al partido anacrónico, único y felón  - pocos sin duda, pero ahí están cual gallos sin cresta –, guardando una mudez helada pues el miedo interior, la falta de escrúpulos, o acaso la fuerza  ejercida  en sus bolsillos a cuenta las prebendas monetarias recibidas,   les impiden alzarse con lo único que debería tener siempre un creador intelectual: dignidad aun si fuera pequeña, pero suficiente como para sentirse incómodo en el corsé de las ideas que aprietan y ahogan.  

 

No pueden, están secos, aterrados, sobornados a la malaventura comunista y a los comisarios especialistas en salir al alba,   partiendo de la lóbrega Lubianka,  llamada por estos lares Ministerio de Cultura, a  perseguir con saña a los desadaptados   huidos de las yuntas bolivarianas.

 

Primero tú, después aquél; luego,  un poco más allá, todos. O se entra “en  el aro” de la no-cultura, o se perece en el ostracismo.  Ningún cómico del maravilloso mundo de  la lengua, los ambulantes de la antigua farsa de los sueños reales,  nadie, podrá escaparse del ojo avizor  que controla hasta el último resquicio en el fondo del espíritu no plegado al  programa oficial.

 

 “De madrugada vinieron a buscarte. / Yo fui detrás de ti como en un duelo. /  Lloraban los niños en la habitación oscura / y el cielo bendito se extinguió. / Tenías en los labios el frío del icono / y un sudor  mortal en la frente. No olvides. / Me quedaré, como las viudas de los soldados del zar Pedro / aullando al pie de las torres del Kremlin”.

 

Con estos versos de  Anna Ajmátova – “yo estuve siempre con mi pueblo donde mi pueblo estaba siempre por desgracia” – se bajó el telón.  El teatro independiente venezolano – basado en la libertad - está cerrado a cal y canto.

 

En el proscenio comienzan el aullar al unísono de los lobeznos encadenados a la collera roja de un  socialismo del Siglo XXI  que Hugo Chávez su inventor, hoy  muerto,  jamás supo el significado, lo mismo ahora el presidente Nicolás Maduro impuesto en la tierra de Simón Bolívar ante la orden tajante de Fidel Castro y su hermanísimo  Raúl.



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