El tiempo ido se hace olvido. Eso pensábamos esta semana recordando al ex primer ministro de Israel, Ariel Sharon. ¿Seguía vivo tras sufrir, hace exactamente siete años, una hemorragia cerebral que le dejó postrado, primero en un hospital en Tel Aviv, y más tarde en su refugio familiar? Progresivamente ha ido perdiendo la atención de los medios de comunicación y la población israelí.
Su estado de salud – con 84 años - es el mismo, sin mejorías ni empeoramientos conocidos.
“Está tumbado en la cama, parece el señor de la finca, durmiendo tranquilamente. Grande, fuerte, seguro de sí mismo. Sus mejillas tienen un sano matiz rojo. Cuando está despierto, tiene una mirada penetrante. No ha perdido un solo kilo, al contrario, ha ganado unos cuantos”, dice un párrafo del libro 'Sharon: La vida de un líder', escrito por su hijo Guilad.
Fue durante media vida un duro halcón, uno de tantos militares israelitas preparados para la guerra con los árabes, pero una vez tomó las riendas del gobierno, ha sido el primer ministro que más lejos llegó en el camino de paz con los palestinos.
Si desapareció del panorama político, como algo inevitable, su legado no podrá ser arrinconado y todo primer ministro de su país deberá seguir sus pasos hacia la armonía tan deseable.
Los primeros días de su enfermedad, hasta los colonos de Gaza, que Sharon se vio obligado a sacar a la fuerza, han estado en las sinagogas rezando.
El papel del ex primer ministro en los últimos dos años de su gobierno ha sido difícil en ambos campos: el radical palestino y el de los fanáticos israelitas.
El enemigo no es el Islam, pero ahí se halla la fuente donde catan esos terroristas sus creencias paradisíacas y el recóndito desprecio por todo lo occidental, incluyendo el modelo de gobierno pluralista.
Desde el día aciago en que el líder del entonces Likud subió al Monte del Templo y la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, lugar santo para todo buen mahometano, los palestinos seguidores del profeta Mahoma consideraron ese acto como una provocación de tal envergadura, que aún hoy sigue produciendo emanaciones funestas.
Ariel fue siempre acero puro.
No aceptó entregar los altos del Golán a Siria sin un acuerdo firme de seguridad, ni dividir Jerusalén simplemente por imperativo del terror salido de la Franja de Gaza.
La política de Sharon fue clara y precisa: Pueden haber acuerdos con los palestinos, muchos y variados. O uno solo y amplio si ellos lo desean, pero antes debe cesar todo acto extremista. Israel solamente hace lo que todo estado en su misma situación realizaría sin ceder un ápice: defenderse.
El uso de la fuerza armada contra el terrorismo tal vez sea un método político eficaz, pero contraproducente, al enfrentar el odio y el fanatismo.
Lo expresó en su momento Sharon y puede ser hoy pieza fundamental de su testamento:
“Yo, que he vivido y participado en tantas guerras, soy un hombre de paz auténtica, no de palabras manipuladas hacia esa dirección”.