En recuerdo de Hiroshima

Hoy se cumplen 68 años del lanzamiento de la bomba atómica, la primera en el mundo, sobre la ciudad japonesa de Hiroshima y también se cumplen mis primeros 68 años de vida, ahí es nada. Aquel 6 de agosto de 1945 nací en la clínica San Cosmen en la ovetense calle de Asturias. Ese mismo día nacieron otros tres ovetenses: Carlos Casimiro Moro Suescún, José Jesús Mariño Argüelles y Salvador Díaz Fernández. ¿Que habrá sido de ellos?. Ese mismo día fallecieron en nuestra ciudad María CuestaAlvarez, de 79 años, y Consuelo Pérez Alvarez, de 25. Y se casaron Manuel Cabrera Alvarez con Rosario Méndez García; Antonio González Casal con Amparo Fernández Vallina y Manuel Palicio Alvarez con Olvido Rodríguez Fanjul.

A estas alturas de mi vida, como diría Rabindranath Tagore, ya he plantado un árbol -un pino en la localidad de Brañes-, escrito no un libro sino dos, y he tenido dos hijos. Hice la mili voluntario, comencé a currar en 1964, sin que hasta mi jubilación en 2004 me faltara trabajo y no faltara ni un solo día al mismo y además siempre en mi querida Oviedo en donde desde hace poco tengo el honor de una de sus calles llevará mi nombre a propuesta de la Asociación de la Prensa y por la gracia del alcalde Agustín Iglesias Caunedo. Se lo que es perder seres queridos y también pasar por un quirófano así como tener muchos conocidos, que no amigos, estos más bien pocos, como consecuencia de mi profesión. Me hago mayor, que no viejo, escribiendo y jugando todas las semanas a la Primitiva. Viendo crecer, en definitiva, la vida a mi alrrededor. Palpando brotes verdes y feroces crisis, como la que no está tocando sufrir. Husmeé en el tardo franquismo, palpé a tope la transición democrática y pase a ser ciudadano europeo tras manejar algunas, pocas, pesetas, y luego menos aún euros.

Mi generación, la verdad, ha sido la de la transición. Al final miro para atrás -que rápido pasan los años- y aprecio que tengo la conciencia tranquila, lo que pienso es importante. No debo nada a nadie salvo a mi propio esfuerzo y ea de los míos y duermo tranquilo por las noches sin ayuda de barbitúricos. La verdad es que a mi, como a otros, nos marcó la histórica fecha del 6 de agosto del 45, día de la bomba atómica de Hiroshima. El presidente de los Estados Unidos Truman ordenó aquel día el lanzamiento sobre la ciudad japonesa de tan terrible artefacto. Con él se inauguraba la época de la energía nuclear. Truman quería que Japón se rindiese incondicionalmente al final de la II guerra mundial y la bomba provocó este fatídico día hace 68 años 80.000 muertos directos; pocas jornadas después, el día 9, una segunda bomba atómica sobre Nagasaki provocó 40.000 muertos. Tras el paso de los meses y los años serían muchos miles más los fallecidos en la población de ambas ciudades. Ante este nuevo y terrible artefacto el emperador Hirohito grabó en un disco acetato su discurso de rendición incondicional. Un grupo de oficiales intentó un golpe de Estado que fracaso y el día 15 de agosto el mensaje del emperador se emitió por fin por radio -fue la primera vez que los japoneses escucharon la voz de su emperador- anunciando la rendición incondicional “puesto que con estas nuevas armas corre peligro el futuro de la humanidad”.

Como ocurre cada 6 de agosto en Hiroshima hoy se rindió un minuto de silencio en honor de las víctimas y el primer ministro japonés rezó porque jamás se vuelvan a usar tales artefactos. Aunque la humanidad ha estado entonces a punto en entrar en una conflagración nuclear lo cierto es que, afortunadamente, no ha ocurrido pero las armas ahí están por lo que los países modernos y  democráticos no deben de bajar la guardia. Hay muchos artefactos nucleares en nuestro planeta y ya no se trata de emplearlos contra el prójimo; un accidente puede ocurrir cualquier día. Acordémonos de Palomares.



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