Ningún ser humano subsidiario con la propia existencia puede detallar en profundidad sus dudas y miedos; si lo hiciera, se compararía a Dante a las puertas del Averno.
Issac Bashevis Singer - autor de “Amor y Exilio” -, dice que los hechos cotidianos de una persona superan con creces el poder de la literatura.
En el compendio “Los dones de los judíos”, Thomas Cahill narra, cual si contara una vieja leyenda, la saga de una pequeña tribu del desierto de Mesopotamia, cuyo principal personaje, Abraham, partió de Sumer con su familia, sirvientes y rebaños, y cambió, en menos de dos generaciones, la forma de pensar y de sentir de la raza humana.
Ante esa historia colmada de aristas, ilógica la mayoría de las veces si no mediara la fe o las dudas, si alguien deseara escribir la realidad de cualquier ser – o la suya- debería ir al encuentro de aquellos resecos surcos.
Toda piedra, retorcido viñedo, guijarro pulido por los vientos, capitel, ánfora, mosaico o unas simples sandalias de cuero, dicen algunas veces más que cualquier tratado, epístola, o los mismos rollos de Qumrán hallados en cuevas del Mar Muerto.
Esa larga y tenaz lucha hace de los patriarcas un crisol donde, a lo largo de los siglos, los hijos de Saúl tomaron posesión de las desoladas lomas de Galilea y sellaron un pacto con Yahvé, el dios del miedo único.
Jamás tantas almas, a partir del alba de los tiempos, han soportado tanto, y lo siguen haciendo desesperadamente. El Creador o el suspiro del aliento que mora en el Universo, no jugará a los dados con nosotros, pero sus reglas son engañosas. De una forma u otra hay trampa. Nadie le gana a la fatalidad. Inventó la Cábala y sus enredos esoteristas para confundirnos, y con ella azuzó cada brizna del desgarrado dolor.
Por naturaleza creo en Dios y a la vez dudo de Él. Pienso que todo es un accidente cósmico. Pagamos la gran equivocación de un absurdo, y en esa entelequia, el sufrimiento envuelto en cataclismos y enfermedades crueles, es parte de la gran bofetada predestinada.
Se nos dirá que el destino ha sido siempre despiadado, feroz, trágico; aún así, sería un error aceptarlo a cabalidad. La rebeldía hace levantarse al hombre y la mujer del fondo de sus propias angustias.