Venezuela sigue con la cantaleta del magnicidio que impuso Chávez una semana sí y otra también durante sus 14 años de gobierno, sin que ninguna de las veces hubiera ni una insignificante prueba de que alguien quisiera hacerle carcoma de tierra.
El tenía un sentido de patria arrancado del viejo chauvinismo rebosado de xenofobia, intransigencia y el fascismo, esa frustración social de permanentes complots típicos de toda ideología reaccionaria.
Ahora el turno lo tomó Nicolás Maduro, ya que al ser el correveidile del fallecido barinés, copia todos sus gestos, pantomimas y exaltaciones unipolares con la misma puesta en escena del inanimado ex presidente.
Parece que los norteamericanos, esos metiches de origen, se la tienen jurada como Dios es Cristo a todo aquel que, no comulgando con ellos, se sientan en el sillón rococó del Palacio de Miraflores, al ser Maduro una sombra – pequeña, eso sí – de algo sabido: el antiguo conductor de autobuses hoy investido de la faja presidencial, es un peligro latente cara a la libertad y la justicia del continente de la esperanza y el hambre según lo entienden los estadounidenses.
El estado de la Unión es una nación tan reciente que incluso sus héroes o villanos también lo son. La considerada heredad más poderosa del planeta está hecha de retazos, cocinada a medio fuego, y por esa causa el inmenso contraste entre la realidad y su reciente historia.
La conciencia de Washington en el último cuarto de siglo del milenio pasado, es la de un hombre casi ignorado, pero de haber sido contemporáneo de Carlos Marx, hoy podría formar parte de la “Santísima Trinidad” del socialismo, con Engels incluido: se trata de Michael Harrington.
El creía que el socialismo era la esperaza para la libertad humana y la justicia. Fue comunista en el único lugar del planeta donde jamás lo debió ser: los Estados Unidos de América.
Hemos revisado diversas veces sus escritos. En ellos nace un ser de una calidad humana profunda.
No era religioso, y aún así actuaba como si lo fuera, y en ese sentido, pensando siempre en los trabajadores, dejó páginas admirables repletas de un valor social extraordinario.
Junto a esas páginas a Nicolás Maduro – aún leyendo poco o nada literatura - le convendría ojear “El Club Dante”. De ese texto sabría la razón de algunos crímenes que sin ser políticos, parecieran que lo fueran.