Regresar a Ítaca

A la entrada de un pequeño cementerio marino colgaba una tablilla con estas palabras: “Si deseas saber  de la vida, pregúntate a ti mismo lo que es la muerte”.

 

Se deslizaron los años, muchos, y aún perdura en nosotros esa cita gemebunda.

 

Pienso ahora - su sentido viene de lejos - que si un hombre leyera a lo largo de su existencia solamente la tragedia de Hamlet, hallaría lo necesario sobre el ser humano, y si a la lectura añadiera el prólogo de Víctor Hugo dedicado al teatro completo del bardo inglés, conocería en profundidad al genio de Stratford.

 

Lo vociferó con claridad el autor de “Nuestra Señora de París” en una noche de lluvia inclemente y niebla: “¡Hamlet! Espantoso ser en lo incompleto. Serlo todo y no ser nada. Es príncipe y demagogo, sagaz y extravagante, profundo y frívolo, hombre y neutro (.....) juega con cráneos humanos en un cementerio, aterra a su madre, venga a su padre, y termina con un gigantesco signo de interrogación el temeroso drama de la vida y de la muerte”.

 

Vamos de la luz a la sombra en un soplo, y en medio de esa micra de segundo, se desnudan, sobre un acto sacramental pagano, cada una de las más bajas connotaciones humanas, el perpetuo odio y la bestia salvaje nacida en lo más insondable de nuestras entrañas.

 

Hamlet - otra vez Víctor Hugo - existe, siendo extraordinariamente terrible, espantoso y al mismo tiempo irónico.

 

Del autor se puede decir todo. En sus comedias hay un mundo en miniatura. Nada se le escapó. Y si alguien llegara a nuestro planeta azul partiendo de una lejana galaxia y deseara conocer al ser humano a plenitud, sería suficiente con estudiarlo.

 

El critico literario Harold Bloom, profundo conocedor del dramaturgo inglés, en su obra “Cómo leer y por qué”, menciona un prefacio de Samuel Johnson encabezando una edición de las obras teatrales del prolífero autor.

 

“Éste es, pues, el mérito de Shakespeare: que sus dramas son el espejo de la vida; que aquel cuya mente ha quedado enmarañada siguiendo a los fantasmas alzados ante él por otros escritores pueda curarse de sus éxtasis delirantes leyendo sentimientos humanos en lenguaje humano, mediante escenas que permitirían a un ermitaño hacerse una opinión de los asuntos del mundo y a un confesor predecir el curso de las pasiones”.

 

Estamos construidos de mala levadura; también de un soplo divino.

 

Cuenta la Mitología grecolatina que Sísifo, rey de Corinto, famoso por su astucia, al morir fue castigado al infierno, y con la intención de no permitirle hacer uso de ninguna de sus tretas, debía empujar hasta la cima de una montaña una pesada piedra, pero ésta, antes de llegar a la cúspide, caía. Sísifo debía comenzar de nuevo.

 

Y en eso debe estar en estos instantes el propio Hamlet, personaje espeluznante y al mismo tiempo irónico al tener las dos partes del Destino humano.

 

Vivir se hace difícil; agonizar en avanzada edad, se vuelve una doliente espera innecesaria la mayoría de las veces.


Regresar al lugar de donde hemos venido, las estrellas, no debería ser tan dramático, ya que retornar a Ítaca es nuestra única gran tarea.



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