Galicia ha recibido el pasado miércoles el golpe más duro de su historia reciente. Nunca antes había batido contra nosotros la tragedia con la fuerza con la que lo hizo en la fatídica víspera de la festividad del Día de Galicia. El país preparado para celebrar su día grande pasó a vivir sus horas más sombrías y desde entonces permanece, unido en el pesar, al lado de los que lloran la pérdida de sus ser queridos.
Su dolor es el de todos. Sus lágrimas son también las nuestras.
Por eso esperamos esperanzados la pronta recuperación de los heridos que permanecen en los hospitales de Galicia. La confianza procede de saber que están en buenas manos: en las de los trabajadores de la salud que demostraron ser, además de profesionales comprometidos, ejemplos de una extraordinaria humanidad.
Ellos son un eslabón más de una auténtica cadena humana que ha salvado y está salvando vidas de esta catástrofe.
Galicia ha actuado cómo lo que es: una gran familia. Solidaria en el dolor y solidaria en la acción.
Soy portavoz de un país que siente admiración por sus profesionales sanitarios, por los efectivos de Protección Civil, por el personal de emergencias, por los bomberos y por los cuerpos policiales. Que se rinde ante la actuación de los vecinos que, sin dudar un instante, asumieron como responsabilidad propia el rescate y la asistencia a los heridos. Que se llena de orgullo ante los gestos espontáneos de hostaleros, de taxistas, de empresarios de los sectores más diversos que pusieron trabajo y recursos a disposición de los afectados. De los centenares de personas que acudieron antes de ser llamadas a donar sangre para los heridos.
Esa gesta colectiva está inscrita ya en la historia de Galicia.
Con ese tren descarrilaron vidas de personas de edades y nacionalidades diversas. El Gobierno y el pueblo gallego comparten la lástima por todos ellos, extienden su sentido abrazo a cada familia, a cada amigo, a cada vecino o compañero de las víctimas. Nos solidarizamos con los pueblos, ciudades y países sacudidos junto a nosotros por el destrozo.
El afecto hace en este suceso un viaje de ida y vuelta. Quiero, como presidente de la Xunta, agradecer sinceramente y hacer llegar a la sociedad gallega las múltiples expresiones de cariño y apoyo, así como las ofertas de colaboración transmitidas desde todas las partes de España. Su Santidad el Papa y jefes de Estado de Europa y América, sumaron también sus condolencias a las expresadas, desde todas las partes del planeta, por millones de ciudadanos anónimos conmocionados por lo acontecido en Compostela.
Galicia se sintió arropada por un manto de calor de todo el mundo.
En el más negro Día de Galicia, este pueblo recibió reconfortado la cercanía de la Familia Real española. Sus Majestades los Reyes primero, y pocas horas después sus Altezas los Príncipes, acercaron aliento en la batalla a favor de la salud y de la vida, y compañía en la tristeza por la muerte.
Reconocemos también con gratitud la preocupación que desplazó hasta la capital de Galicia, ya en los primeros momentos del suceso, al presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, que como un gallego más, sintió muy personalmente los efectos de la desgracia. De igual manera agradecemos el gesto de todos los responsables políticos que quisieron manifestar con su presencia la inquietud por Galicia y las víctimas del siniestro.
Delante de una catástrofe de tal magnitud, hace falta activar dos tipos de respuesta: la material y la emocional. Ambas funcionaron de manera harmónica en días que son de luto, pero también de orgullo por el comportamiento de todo un pueblo.
La fiesta de Galicia no volverá a ser nunca la misma, pero tenemos que hacerla más grande. Se incorpora a ella para siempre la memoria de los que perdieron la vida en este trágico suceso. Al igual que la hazaña de tantos y tantos héroes que nos rodean.
No podremos borrar lo que pasó. Yo pido no olvidar tampoco lo que hicimos.
*Presidente de la Xunta de Galicia