¿Víctima, irresponsable o canalla?

Todos estamos conmocionados por el terrible accidente ferroviario acontecido en las proximidades de la estación de Santiago de Compostela.

 

Cualquiera que haya tenido ocasión de visionar la grabación de los momentos previos al descarrilamiento se habrá dado cuenta sin esfuerzo alguno de que a la velocidad a la que transitaba el convoy resultaba sinérgicamente  imposible acometer la curva sin que se produjera el efecto látigo o tijera, característico de cualquier medio de transporte con remolque.

 

Son, pues, muchas las interrogantes que se plantean.

 

¿No experimentó esa misma sensación el conductor del tren acrecentada por la percepción física en vivo y en directo de la inminencia del sinuoso trazado?

 

¿No alcanzó a ver la señal que limitaba la velocidad a 80 km. por hora?

 

¿Era consciente de que circulando a 190 km. -según su propia confesión-  era materialmente imposible que la totalidad de los vagones salieran airosos del trance?.

 

¿No vio las alarmas que avisaban del exceso de velocidad?

 

Aún sin tener respuesta a estas preguntas, la tragedia, en un primer momento, nos inspiró un profundo sentimiento de pena y dolor intensos por las víctimas, por los heridos y por sus familiares y, también, pensando que el accidente, a pesar del exceso de velocidad, podía tener causa en avería, fallo mecánico o informático, extendíamos esos sentimientos al conductor, a quien imaginábamos atribulado por la responsabilidad y el remordimiento.

 

A medida que se fueron conociendo los detalles del accidente, que hacían pivotar la causa sobre un  exceso de velocidad, así como  la personalidad del conductor, que él mismo publicita a través de facebook, donde alardea de conducir a 200 km. por hora (nadie presume de ir a tal velocidad si no es un transgresor), surgen las dudas: ¿estamos en presencia de una víctima de una serie de concausas concurrente, de un irresponsable o de una canalla?

 

Desconocemos si funcionaron a tiempo los sistemas de alarma de la máquina, si en ese tramo deberían estar instalados los sistemas de frenado automático,  pero si todo lo fiáramos a la informática, ¿para qué los conductores? ¿No deben estos desarrollar su función con los cinco sentidos y suplir, en su caso, las deficiencias de la informática?

¿No debe existir una complementariedad entre la máquina y el elemento humano?

 

Se dice que el tren circulaba con cinco minutos de retraso y que quizá la velocidad excesiva trataba de enjugar esa falta de puntualidad para evitar que se aplicara el Convenio Colectivo que sanciona con falta grave la de puntualidad cuando exceda de tres veces al mes o haya producido perturbaciones en el servicio, además de con pérdida de incentivos.

 

Hay una investigación en marcha que será la que verifique si estamos en presencia de una víctima, de un irresponsable o de un canalla.

 

Entre tanto, por más que su reconocimiento de circular a 110 km. por encima de la velocidad permitida  en tramo curvo y su perfil en facebook no lo convierten en el conductor que todos desearíamos como responsable de nuestras vidas y de nuestra integridad física, no se le debe privar de la presunción de inocencia.

 

Aún estamos empezando a escribir la carta de esta historia; por ahora vamos por “Muy Sr. mío...

Esperaremos al resultado de las investigaciones para optar por un calificativo para la despedida.

Entretanto, 80 muertos y un número muy elevado de accidentados en estado crítico, con otras tantas historias y expectativas truncadas cuando, de buena fe y confiando en que el ferrocarril era el transporte más seguro, iniciaron lo que iba a ser un feliz viaje.

Escribía Calderón de la Barca en el Monólogo de Segismundo “Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son” A lo que nosotros añadimos una reflexión sobre su fragilidad , sobre la tenue línea que separa la vida de la muerte y sobre la necesidad, por tanto, de adornar nuestros comportamientos con una dosis de comprensión, de amor, de tolerancia y de respeto hacia los demás y, en especial, hacia quienes forman parte de nuestro círculo de relación más próximo: familiares , amigos y compañeros de trabajo.

Es momento de despedidas y, para ello, hemos elegido un poema de Ángel Buesa:

 

 “Te digo adiós y acaso con esta despedida

mi más hermoso sueño muera dentro de mí.

Pero te digo adiós para toda la vida

aunque toda la vida siga pensando en ti”



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