A los curas también las ganas de “triunfar” nos gustan demasiado. Y como le sucedió a Ulises, las sirenas del triunfo nos llaman desde todos los acantilados, pero nosotros no nos ponemos tapones de cera para hacer oídos sordos. Por eso vivimos “en” movimiento continuo…”en” frenesí de actividad…”en” un quehacer con prisas…”en” las páginas de los periódicos…Pero nunca tenemos tiempo para estar “en” Dios, para sentarnos y escuchar al Señor como María.
El activismo no tiene nada que ver con el evangelio que se lee este domingo. Una vez más, Jesús elogia al discípulo que sabe escuchar la Palabra y luego ponerla en práctica. Y es que los éxitos humanos –riquezas, honores, popularidad-, sin vida interior, sólo son globos hinchados, que no añaden un codo de estatura al alma. La unión con Dios es la que hace que nuestra vida no se emborrache de palabrería hueca o de activismo.
El vacío es el castigo de los que no tienen tiempo para escuchar la Palabra. Y de poco sirve celebrar actos religiosos, moverse mucho o ser famosos, porque si falta la unión con Dios, que comienza con la escucha de la Palabra, nuestra vida será como la del sastre que quiso coser con una aguja sin hilo. Perder el tiempo. Seguro que los que desconocen la unión con Dios creerán que exagero, los que la tienen me entienden.