La canícula veraniega

Esa España de chiringuitos con sopor de cuerpos desnudos, guitarras que hieren la carne y la dejan en salmuera, acotadas en  sombras de turistas despistados, se ha quedado ensimismada bajo el sol inclemente de estos días.

 

Y ante esa calima ardiente, la tierra carpetovetónica no se entiende si uno no se la bebe a sorbos de clarete de Valdepeñas, blanco de  Málaga, tinto de Vega-Sicilia o los mostos de Rueda, es decir, alcohol embotellado con gracia por manos de costaleros  que llevan sobre sus hombros a la Virgen del Rocío -la Blanca Paloma- bajo la media  luna julio.

 

Hispania romana es hoy, en verano, un mosaico de luminiscencia y color.

 

Y es así que entre roquedales y olmos erguidos, uno recuerda a García Lorca, el poeta de la Huerta de San Vicente, la acequia de agua purísima, los limoneros desnudos, el teatro de “La Barraca”, y su tan mentado y discutido homosexualismo que nada tiene que ver, ni importa, con su arte genial.

 

Lo fusilaron entre magnolios y búhos borrachos de aceite, en compañía de un sastre y un torero cojo. Nadie sabe con certeza si  fue exactamente así,  al ser Federico desgarro, sueños, caracolas temblorosas, redoble, música y suspiros intensos. Es decir: parte de la Andalucía recóndita y pasmosa.

 

Hoy dicen que solamente una docena de sus versos gitanos, si se hiciera una lectura justa y desapasionada, se salvarían; lo demás son expresiones jocosas, bullicios simples y llanos.

 

Mentira. Federico representa un matiz sensitivo y desgarrado con rostro de Laocoonte enfebrecido, es decir, la destemplanza de la carne embetunada recubierta de limones agrios. Rafael Alberti lo  dijo un día de luz amanecida:

 

En esta noche en que el puñal del viento / acuchilla el cadáver del verano, / yo he visto dibujarse en mi aposento /  tu rostro oscuro de perfil gitano”.

 

Mientras sigue el debate  –absurdo, torpe y mojigato -  entre seguidores y detractores del poeta, no podemos sino recordar los tiempos en que teníamos que leer sus obras en librerías “de viejo”, después de entrar en confianza con el librero, generalmente un anciano republicano, que guardaba celosamente  tomos de Lorca y de otros autores entonces proscritos,  lejos de la mirada escrutadora de una censura férrea que mantuvo alejada,  a una generación, la mía, de las sonoras estrofas de éste y otros trovadores.

 

El   verano da  entrada a eso y mucho más. Uno va de un lado a otro asombrado, como si en cada rincón, taberna o chigre se fuera matizando  de ardor  dulcificado y  alegría revuelta.


 



Dejar un comentario

captcha