Se ha ido dejando de escribir esquelas a cuenta de la incesante prisa que nos agobia. El celular mató el encanto de un pedazo de papel.
No volverán los tiempos de la Sevigné, un Pascal, lord Chesterfield, lady Montagne, Simón Bolívar, Marcel Proust o Amiel, imprescindibles si se desea conocer la época que les tocó vivir.
La nuestra, imbuida en técnica y adelantos asombrosos, no es mala ni buena, solamente peca de individualismo, y en esta confusión acelerada, impersonal, aunque uno se comunique en e-mail, solamente los enamorados – gracias al cielo protector - aún saben decir tú sin egoísmo ni falsa apariencia.
Algunas veces llega una carta escrita a mano. La de hoy tiene rasgos de firmeza y es un texto leído hace años a la entrada de un asilo de ancianos arrinconado en una pequeña ciudad de las estribaciones de la Sierra de Cazorla, en la España profunda.
Habla en ella de la vejez con la sapiencia de los años acumulados y comenta que la edad trae una etapa de la vida que no siempre es fácil de llevar.
Uno sonríe con tono taciturno al recordar la sabiduría popular cuando con causa y efecto sentencia: “La vejez es un tirano que prohíbe, bajo pena de la vida, todos los placeres de la juventud”.
El escritor venezolano Arturo Uslar Pietri intentó poner consuelo a ese veredicto cuando, al alba de sus noventa años bien llevados, dijo oteando el camino hasta allí recorrido: “Ni se es joven ni viejo: se vive”.
No se deberían derramar nunca lágrimas nuevas sobre penas antiguas. La Naturaleza es sabia y certera: a nadie da juventud para siempre, ni a los dioses. Cada etapa de la existencia, si sabemos beberla hasta la última gota, nos deja en las estribaciones de las junturas de las venas, la sensación de haberla apurado con saludable aliento.
Hay dos párrafos en esa jaculatoria que encierran ellos mismos la esencia del mundo actual y pudiera ayudar a humanizarlo. Uno dice:
“Cuando me veas inútil frente a las tecnologías que ya no puedo entender, te suplico me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu sonrisa burlona. Acuérdate que yo fui quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti”.
El otro ruego añade:
“Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernas. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero te ruego me acompañes a terminar el mío”.
El novelista y poeta italiano Cesare Pavese, lanzó un dardo a la conciencia: “Peor que envejecer, es seguir siendo niño”.