La mayoría de los curas conservamos en la mesita de noche las fotos de la ordenación. Esas fotos nos recuerdan que hubo un día en que uno decidió a tomarse en serio el evangelio y a servir a los demás. Y aunque pasen los años aquellos compromisos siguen ahí, metidos muy hondos en su alma para que el amor de Dios encienda este viejo y pícaro mundo.
Cuando pasan los años para un cura sólo hay una pregunta importante:
¿Qué has hecho de aquel cura joven y con coraje que fuiste? ¿Que has hecho de tu alma? ¿Qué has hecho de tu vida?¿Por qué y cómo sigues tan lejos de aquellos ideales de cura joven?
Siempre me ha impresionado aquel grito de San Francisco de Asís que salía por las calles voceando: "El amor no es amado", "el amor no es amado". Y es que a eso va un cura a una parroquia, a recordar a la gente que hay un Dios que nos quiere, a despertar a la gente para que sepa que sus vidas tiene un sentido más hondo que el de ganar dinero.
Decía Bernanos que el día de nuestra muerte no hace falta que venga Dios a juzgarnos. Bastará que se ponga enfrente aquel sacerdote ilusionado que fuimos, con ese cura maduro que somos y que nos mire a los ojos, y nos pregunte: Tú, ¿qué has hecho de los talentos de coraje que te dí?