Tal vez la afamada Plaza Tahrir en el Cairo signifique literalmente liberación, y si no es así debería serlo, ya que desde la alborada de los tiempos en esa nación donde el tiempo le teme a las pirámides, ha asido centro de todas y cada una de las pasiones humanas, en momentos de alegrías, llantos, miedos, esperanzas políticas cuarteadas y oraciones.
En este meollo de la ciudad la existencia diaria sale cada día tan fresca y vivencial como en las páginas “Charlas de mañana y tarde” de Maguib Mahfuz. El aire, impregnado del olor a café fuerte, el inmenso griterío de personas saliendo de la estación de metro Sadat y un sinnúmero de autobuses, microbuses, motos, bicicletas y taxis, la hace un hervidero abigarrado cultivo de tahúres y organizaciones islamistas.
El escritor Samir Raafat resumía su importancia en la revista “Cairo Times”: "Midan – Plaza - Tahrir no puede estar quieta. Ya sea para reflejar los humores de la ciudad o la agenda política de la dirigencia, la plaza más importante de la nación ha pasado de ser desde un falso Campo de Marte hasta un explanada estaliniana. Cuando un nuevo régimen siente que la capital necesita una nueva apariencia, Tahrir es el primer lugar donde comienza".
Y eso es muy cierto hoy.
Egipto se convirtió en un averno ante la nula experiencia del presidente Mohamed Morsi, al dejarse manejar por la formación religiosa “Hermanos Musulmanes”, aislando al resto de las organizaciones políticas.
Ahora está sucediendo lo esperado ante el caos reinante: el Ejército ha salido a las calles ocupando los edificios gubernamentales y el poder. El ultimátum se ha cumplido con la misión de poner orden, ya que las multitudinarias manifestaciones en la famosa Plaza Tahrir de El Cairo han venido demostrando que la mayoría del pueblo no está dispuesto a sustituir la dictadura derrotada hace meses por otra, aunque haya salido de las urnas.
A partir de aquí, el golpe de Estado en Egipto fue consumado. Los militares anunciaron el miércoles la destitución del presidente Morsi, la derogación de la Constitución y la disolución del Parlamento tras un gran despliegue de efectivos. Los manifestantes de la plaza Tahrir celebran la expulsión de los Hermanos Musulmanes del poder.
El hoy ex presidente hizo de su gobierno un enredo cuyas consecuencias está pagando: ejecutó una economía descontrolada con poco o nada de turismo – una de las fuentes importante de ingresos – y siempre echó la culpa de la situación política a los restos del antiguo régimen, en referencia a los oficiales del Gobierno de Hosni Mubarak, a quien las revueltas de 2011 obligaron a dimitir tras otras tremebundas manifestaciones de la población.
La caída del primer jefe de Estado que sale de las urnas, se debe en parte al servir, más que a la Constitución, al guía supremo de la Hermandad Musulmana, cuyo cometido primordial siempre ha sido impulsar la islamización en cada uno de los rincones del país del viejísimo Nilo.
El Comandante General de las Fuerzas Armadas, general Abdel Fatah al Sisi, juró ante Dios que sacrificaría su sangre por Egipto y su ciudadanía contra cada terrorista, extremista o persona ignorante.