Por segunda vez, Egipto se sorprende a sí misma, pues la rebeldía que anunció el movimiento “Tamarrud” (rebeldía) es un nuevo capítulo del camino de la revolución popular democrática en Egipto, y ciertamente, no será el último.
Los que bailaron por el derrumbe del sueño democrático a manos de las fuerzas del Islam político que ganaron en las elecciones egipcias, están hoy perplejos, pues la supuesta conspiración estadounidense que hizo estallar la primavera árabe para llevar a la zona a un invierno fundamentalista, retrógrado y sangriento no era más que un producto de su imaginación política enferma. La revolución la hizo el pueblo y nadie puede encasillarla, como hacen algunos canales de televisión que jadean desesperados tras las agrupaciones de Hermanos Musulmanes en la mezquita de Rabi’at al-Adwiya mientras todo Egipto se reparte en calles que exigen que se ponga fin al miserable gobierno de los Hermanos.
Se trata de una escena tremendamente constructiva. La gente es más consciente y valiente que sus líderes políticos, pues ellos son los dueños de la revolución que se rebela contra la nueva dictadura que ha intentado robar dicha revolución de manos de sus dueños. Dueños a quienes no les importan los juegos políticos internacionales que intentan asignar la revolución a los Hermanos y que empujan a Egipto a quedarse marginada y maniatada y así caer presa de la pobreza, la represión y la humillación.
Está claro que el Estado de los Hermanos ha comenzado a desintegrarse y que su ocaso se acerca. Y los revolucionarios han aprendido cuál fue el error letal de la revolución, que no es otro que considerar que esta había terminado cuando se produjo la dimisión de Hosni Mubarak. Entonces no se dieron cuenta de la trampa de entregar el poder a la Cúpula Militar: una contrarrevolución que se completaría con la llegada de los Hermanos al poder.
La cuestión hoy es distinta, lo que se pide no es solo la dimisión de Mursi, sino el establecimiento de un nuevo horizonte democrático con un presidente transitorio, que sea además el presidente del Tribunal Supremo Constitucional, y la redacción de una nueva Constitución, como paso previo a la celebración de unas elecciones presidenciales y parlamentarias.
Los jóvenes y las jóvenes del movimiento “Tamarrud” han iniciado este ambiente de cambio que ha empujado a millones de egipcios a salir a las calles para retomar la revolución.
La revolución es un proceso y no un suceso que termina con el logro de las peticiones; es un ambiente político nuevo que pone las bases para un nuevo significado de la política. El pueblo quiere y el pueblo puede, y el pueblo que derribó los cimientos de la dictadura no permitirá que nadie la vuelva a levantar, y eso es lo que hoy Egipto está haciendo
En el Egipto revolucionario nuestros corazones se agrandan y recuperamos algo de la esperanza que casi nos había hecho perder la cruenta y salvaje dictadura en Siria. Desde Egipto hasta Siria la lucha de la libertad se presenta como una, a pesar de las complicaciones, pues las revoluciones son procesos complejos en los que intervienen elementos contradictorios. Así, las cosas parecen ambiguas en una etapa en la que interfieren lo regional y lo nacional con las pugnas internacionales en la lucha por la libertad, el pan, la dignidad y la justicia social.
Digo que es una sola revolución a pesar de que el régimen dictatorial en Siria ha abierto su televisión a las escenas de las plazas egipcias, considerando que la caída de los Hermanos prolongará la vida de su brutal dictadura. Un régimen que ha cerrado las plazas sirias con sangre cree que puede vestirse de blanco en esta gran boda popular egipcia.
“Magnífico”, dijo Salah Jahin [1] una vez, y lo decimos de nuevo con él hoy, mientras vemos cómo las revoluciones nos llevan por sus caminos y nos dan lecciones de política y ética.
La lucha es una sola en condiciones diferentes. En Egipto, las instituciones del Estado siguen intentando defenderse a sí mismas como instituciones, conformando por tanto una barrera contra el deseo de los Hermanos de provocar una guerra civil. En Siria, el régimen mafioso ha destruido todas las instituciones del Estado, convirtiendo al ejército en una milicia que se ve obligada a ayudarse de milicias de Líbano e Iraq para no derrumbarse.
Igual que se produjo una coalición sobre el terreno entre las fuerzas de la sociedad civil y las corrientes del Islam político en Egipto para acabar con la pesadilla de Mubarak, hoy se produce en Siria algo parecido, pero en el contexto de una guerra que el régimen ha impuesto tras lograr destruir el Estado.
En Egipto la revolución se ha producido por etapas, y los Hermanos, por distintas razones, siendo la más importante la falta de mecanismos de la sociedad civil en el nivel político, han podido robar la revolución de manos de aquellos que la hicieron, antes de de que Egipto se levantara de nuevo el 30 de junio. En Siria las cosas son muy distintas y la debilidad de las fuerzas de la sociedad civil en cuanto a organización política parece adelantar que la próxima etapa de la lucha en Siria será entre la dictadura y los islamistas.
Si no podemos ver las complejidades y dificultades de la revolución, seremos incapaces de comprender nada y caeremos en la trampa de la dictadura o en la del Islam político.
En Egipto, tras un larguísimo año de examen, aunque ha sido corto en la medida histórica, la sociedad egipcia ha logrado rebelarse contra un gobierno que ha mezclado la dictadura con la estupidez y con la palabrería sobre la democracia, y hoy Egipto se niega a renunciar a su presencia y su historia, y no se rinde ante los habitantes de las cuevas del pasado que han llegado para vengarse de su historia, su presente y su futuro.
En Siria, donde los sirios y las sirias se encuentran solos en su enfrentamiento con el monstruo y sus aliados, lo que hace falta hoy es despojarse de las ilusiones y volver a aferrarse a los principios de la revolución, entendida como una revolución por la libertad que une y no divide, y que se enfrenta a la dictadura y no se rinde ante los nuevos dictadores que han venido de las cuevas del olvido.
Aquí se encuentra el corazón del mundo árabe y su latido de vida. En Egipto y Siria se dibuja el nuevo horizonte árabe y decimos no a la dictadura y no a los retrógrados que se ocultan tras el velo de la religión.
La lucha es larga, costosa y cruel. Pero Egipto nos devuelve la esperanza cuando carecemos de ella. Los egipcios y las egipcias van a esta nueva etapa de su revolución sin hacerse ilusiones.
Esperanza y no ilusión, esa es la cuestión. Una esperanza que se mezcla con las lágrimas, la sangre y los sacrificios y nos lleva por su largo y difícil camino.
[1] Poeta, cómico y actor egipcio. "Magnífico" (????) es el título de uno de sus poemas