Galanteados libros

Entre mis libros de cabecera hay tres por los que siento especial afecto, uno es de William Saroyan, otro de Marie de Rabutin Chantal, la conocida Marquesa de Sevigné, y el tercero de Marguerite Yourcenar.

 

¿Y cuál es la razón de comenzar hablándote de esas obras? Sencillo: la firme creencia de que poco se consigue fuera de las páginas sabiamente escritas.

 

Siempre hemos pensado que los textos son riquezas espirituales. Lo escribió Cicerón: “Las ciencias y las letras son el alimento de la juventud y el recreo de la vejez; ellas nos dan esplendor en la prosperidad y son un recurso y un consuelo en la desgracia; ellas forman las delicias del gabinete, sin causar en parte alguna estorbo ni embarazo”.

 

También en la mañana silenciosa comencé, como hago cada día desde hace años, a mover de su caja de cartón a las dos tortugas que conviven conmigo. Son pequeñas e insignificantes, una mota de algodón, un suspiro entrecortado.

 

No estoy haciendo una epístola de querencia, sino recordando cómo las cosas sencillas y en apariencia pequeñas, nos abren la trascendencia de nuestros actos más magnánimos.

 

Insisto: ¿Por qué precisamente estos tres libros? Intentaré explicártelo.

 

En Cartas desde la Rue Taitbout, Saroyan, después de haber sido un fiero batallador en los frentes de la vida, desea congratularse con los seres más cercanos a él, y así envía misivas a Dios, a un amigo armenio, a su padre y a todos aquellos que ayudaron de una forma u otra a forjar su carácter.

 

Sin las epístolas de la Marquesa de Sevigné, le sería difícil a los historiadores actuales el estudio de aquella época, y los más importante: sus lectores no tendríamos a la mano la radiografía de un tiempo donde el poder emanaba del absolutismo de una persona: el rey, y eso llevó a allanar el camino para que la monarquía constitucional fuese derrotada en el Palacio de las Tullerías y su representante, Luis XVI, decapitado. Gracias a aquel acto Montesquieu nos legó los valores de la división de poderes, creadores éstos de las bases del parlamentarismo moderno.

 

De último, las apócrifas memorias del emperador Adriano, la esencia de las claras ensoñaciones del hombre más poderoso de su tiempo con un espíritu de cadencia admirable.


En la actualidad – en medio del vaivén de la existencia -  sería esta una época admirable para introducirnos en esa lectura tan  apasionante repleta de vivencias extraordinarias.



Dejar un comentario

captcha