Durante siglos, la inmensa mayoría de los seres humanos han vivido confinados en unos cuantos km2, donde nacían, vivían y morían en el anonimato más absoluto.
De vez en cuando, un destello, originado en la reflexión más que en la contemplación, capaz de traspasar el reducido entorno y proyectarse más allá, incluso, a veces mucho más allá, de los límites cercanos.
Sometidos, sumisos, silenciosos, atemorizados.
La historia de la humanidad es la del poder absoluto masculino, de algunos hombres tomando decisiones que afectaban al resto de los hombres y a todas las mujeres. ¿Cuántos súbditos? ¿Cuántos vasallos? Eran simples números, que debían obediencia al mando, al que ofrecían sin rechistar su propia vida cuando los designios del poder lo exigían.
Y así, desde el origen de los tiempos hasta que, de pronto, los invisibles han cobrado semblante, han podido observar el conjunto del planeta y asomarse al cosmos, y observarse entre ellos y darse cuenta de su infinita diversidad, de su unicidad, de sus facultades distintivas…
“Ojos que ven, corazón que siente”, mente medita, imagina, ¡inventa! Ahora, por fin, una nueva era en que todos los seres humanos se incorporarán progresivamente a la calidad de “educados” que, según la definición magistral de la UNESCO, significa ser “libres y responsables”.
“Liberados del miedo”, por el pleno ejercicio de los Derechos Humanos, todos vivirán plenamente las capacidades exclusivas de la especie humana. Los invisibles se habrán hecho visibles, gracias en buena medida a las nuevas tecnologías de la comunicación, y muchos imposibles hoy serán realidad mañana.
Aunque el inmenso poder mediático intentará mantenerlos de espectadores obcecados e impasibles, el tiempo del silencio, de la obediencia, de la rutina y de la inercia, ha concluido.
Y concluirá también el tiempo de la codicia sin límites, de la simulación, de la opacidad, de las asimetrías e inequidades. La participación popular hará que las democracias, hoy tan frágiles y “blindadas”, sean realmente emanación directa de los pueblos.
Decía el Presidente del Perú Ollanta Humala que “ya no se puede hacer invisibles a los pobres como hace 50 años”. Tiene razón. Ya no se van a dejar difuminar ni ocultar. Porque han visto. Porque ya saben. Porque ya sienten.
Tomen nota quienes, encumbrados, todavía pretenden prolongar la invisibilidad, la opacidad, el pavor: la inflexión histórica de la fuerza a la palabra, de la oligocracia a la democracia, se avecina.