Afirmaba días atrás el Ministro de Industria, Sr. Soria, que la crisis toca a su fin: se ve la luz al otro lado del túnel. No aclaró si se trata de la de un camión que viene en sentido contrario. Sea cual fuere el origen de esa luz, lo cierto es que la crisis no es igual para todos.
La crisis es muy llevadera para la Sra. Sánchez Camacho, que, con sus 180.000 euros anuales, puede esperar plácidamente a que esa ignota luz resplandezca con toda su fuerza. También lo es para el Sr. Bárcenas, aunque, en verdad, no envidiamos su futuro procesal. Y, cómo no, para todos aquellos dirigentes políticos con escaño de senadores, diputados (nacionales y autonómicos) y concejales que, superpuestos a sus emolumentos públicos, perciben sustanciosas sumas en forma de sobresueldos, sean estos en A o en B.
Hay una nota común que une a todos los mencionados: los partidos políticos. Los partidos políticos tienen la consideración jurídica de asociaciones privadas, de tal manera que el dinero que sale de sus arcas, aunque de procedencia pública en un noventa por ciento, es dinero privado. Dicho con otras palabras: el partido ingresa dinero público en forma de subvención y, gracias a su naturaleza privada, en una suerte de metamorfosis pecuniaria, ese dinero se transforma en privado y, por tanto, puede revertir a los mismos que otorgaron la subvención en forma de sobresueldo compatible, por tanto, con sus sueldos públicos.
¿En qué se diferencia esta operación del blanqueo de capitales? En este último caso, se pretende transformar en legal el dinero negro; en aquel se convierte en dinero privado compatible el dinero público incompatible. En ambos, el dinero puede tener una procedencia lícita, aunque en el segundo el choque con la ética es brutal.
Es urgente revisar la financiación de los partidos y eliminar las subvenciones públicas que los nutren, aunque es de ilusos esperar que lo hagan quienes se están enriqueciendo con el actual sistema.
Ya decía Dick Arney que “hay tres grupos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos”.
En tanto se producen estas modificaciones que exigen el sentido común y, sobre todo, la ética, busquemos consuelo en Charles Alexis Tocqueville: “Los partidos son un mal inherente a los gobiernos libres”.