Andas diciendo a la gente –dice la canción- que tienes un olivar, y el olivar que tú tienes, es que te quieres casar. Vuelven ahora la mirada atrás, algunos, y advierten que lo de privatizar las cajas de ahorros tiene, para los políticos de las CCAA sus ventajas y sus desventajas. Ahí es nada, tener una entidad financiera cercana y amiga o que se reconvierta en banco lejano y, cuando más, conocido.
Lo que pasa es que en este mundo desajustado del umbral del siglo XXI, se han hecho tantas y tan problemáticas probaturas con el dinero que nadie se fía de las relaciones próximas y amicales. Recuerda, me decía hace poco un banquero que el Código mercantil advertía de que con esto de los cuartos hay que ser muy serio y no caben términos de gracia y cortesía.
El dinero es un elemento perturbador, casi tanto como facilitador de la relación socioeconómica humana. Nos permite convivir dentro de cierto orden y casi siempre desproporcionado concierto, pero es sustancia tan huidiza, manejable y fungible que con facilidad nos sume en el miedo, el desconcierto y la ruina. La ruina es un estado contagioso. Contamina todo el ámbito en que se mueven sus víctimas y provoca que al no poder cobrar quienes se relacionaron con ellas, a su vez tampoco pueden pagar y la cadena se alarga y va perjudicando a más y más gente, susceptible de aterrorizarse y provocar caos sociales de dimensiones incalculables.
Hay quien dice que somos cada vez más gente, que crece la población mundial en progresión y proporción geométrica y que no va a haber para todos. No es cierto, pero lo es en cambio que muchos acaparan y otros, por unas u otras razones o sinrazones, son incapaces de ahorrar y así prevenir situaciones de carencia.
Y asimismo es cierto que no ha sido capaz la humanidad de organizarse de modo que funcionara un sistema de redistribución de bienes susceptible de remediar las insuficiencias de una solo supuesta igualdad de oportunidades que no tiene en cuenta las consecuencias de su propio fracaso, es decir, el de las oportunidades.
Nos concierne la conveniencia, diría que obligación, de enterarnos de que con los grupos sociales, con los diferentes países, pasa como con las personas individuales, que no son todos igual de ricos ni pueden por lo tanto permitirse lo que otros, y que, en vista de lo que se tarda en construir y ensamblar las unidades sociopolíticas que podrán enfrentarse con la realidad inexorable de la aldea global, va a resultar imprescindible acudir a remedios de urgencia de que es ejemplo el problema griego.
Para lo cual hará falta, pienso yo, evitar que quienes manejan, controlan u orientan el flujo del dinero, tengan confianza en las operaciones mercantiles y financieras.
Una vez que hemos aprendido que no se debe usar dinero virtual para pagar caprichos actuales, ni se deben utilizar créditos que no sea razonable que se puedan financiar.