La muerte de Asturias

Uno de los tópicos más recurrentes de la literatura asturiana a partir de los primeros años del XX es el que he denominado el «ubi sunt identitario». Los poetas se preguntan y lloran por lo que ellos creen que ha desaparecido o está a punto de hacerlo definitivamente (el carru d’esquirpia, la gaita, la montera, la aldea misma) y entienden que ello representa al mismo tiempo la extinción de una forma de ser, la extinción de la identidad asturiana, la muerte de Asturies, en cuanto que esos rasgos, conductas y quehaceres cantados como perdiéndose serían precisamente la caracterización peculiar de la sociedad y del territorio. En lengua no asturiana y aunque parcialmente, La aldea perdida sería la primera y más exitosa manifestación de ese «ubi sunt» elegíaco.

                Curiosamente, a finales de la última semana del pasado mes de mayo, se han producido dos intervenciones políticas que nos llevan a una perspectiva semejante a aquella desde que los literatos emitían su planto por la extinción de las cosas. La primera, la de don Javier Fernández, Presidente: «No hay ninguna esperanza para la minería en Asturias si el Gobierno disminuye las ayudas de manera drástica y las retira definitivamente». La otra, la del sindicalista Manuel Fernández, «Lito»: «esta región no podrá vivir del turismo ni de los servicios, y, además, lo que sabemos hacer es industria. Dentro de un tiempo, Hunosa será algo nostálgico y en la siderurgia, como no seamos capaces de adaptarnos a las circunstancias... seguiremos corriendo peligro. ¿A qué nos vamos a dedicar?».

               

No creo que las implicaciones emocionales de esos acabamientos que ambos líderes señalan sean para ellos semejantes, en el plano identitario-holístico, a las que aquellos otros significaban para los literatos del siglo pasado, pero es posible que lo sean para mucha gente. En todo caso, lo que sí es cierto es que estamos llegando al término de una Asturies, la minera e industrial de producción primaria, que nació en el último tercio del XIX, se prolongó durante todo el XX y tuvo su culmen durante el franquismo.

               

No es esa la única Asturies que se termina. Lo hace también la ligada a la ganadería de leche. De manera parecida a los sectores industriales primarios y extractivos , desde principios del XX, con el aumento de la renta disponible, el acrecentamiento de la población urbana y las innovaciones técnicas para la conservación y transformación de la leche, el ganado bovino había experimentado un crecimiento exponencial, de tal forma que no quedó en todo el territorio casa o casería donde no hubiese una vaca o vacas; hoy, por el contrario, apenas queda una casa por pueblo en que haya una Cordera, y ni siquiera una pita o un gochu. En cuanto a la producción ganadera, digamos empresarial, se ha pasado de las 28.631 explotaciones bovinas en 2001 (de las cuales únicamente 6.599 eran exclusivamente lácteas) a las 17.614 de 2012 (lácteas, 2.378).

En un artículo publicado ya hace tres años, «Meditación en San Roque», reparaba yo, situado sobre el puerto de Llastres, cómo el paisaje que hacía pocas décadas era todo cultivado o contenía prados de guadaña, era hoy todo monte o eucaliptal, salvo un pequeño retazo. Y añadía « Vuelvo otra vez a la excepcionalidad de la parcela verde claro de San Telmo y pienso que los asturianos de hoy estamos asistiendo a las últimas horas de un paisaje, el de los prados, que tenderá a desaparecer en pocas décadas, pues no sólo disminuye a ritmo exponencial la población que trabaja en el sector primario, sino que mucho de lo que hoy se conserva de naturaleza humanizada lo es porque la cuidan personas ya retiradas a las que mueve una especie de responsabilidad estético-social que los impulsa a mantener despejados caminos y campos.» Para concluir: «De modo que, medito —sobre estar justificada la señardá que provoca mi mirada al contemplar el entorno a estas horas de la tardina—, bien harían los asturianos de hoy en guardar en sus retinas o en sus archivos fotográficos un paisaje que, en sus elementos primarios y en su significación como «idea», como patrón visual significativo de nuestro país, va a dejar de ser».

 

Pues bien, esa Asturies del último siglo y medio está a punto de desaparecer definitivamente. Ello —aparte de las cuestiones relativas al empleo— conlleva consecuencias de todo tipo. En el plano emocional y vivencial, la de que las generaciones futuras no tendrán con nosotros una experiencia compartida ni, en gran medida, un mundo de presupuestos común.

 

Pero, por otro lado, las mentalidades a que han dado lugar las estructuras económicas y sociales, y los discursos con ellas producidos, se conservan, por lo general, mucho más allá de que tengan soporte alguno en la realidad. El peligro es que esos discursos ligados al pasado tiendan a  interpretar el mundo en nombre de lo que no es ya más que un puro constructo imaginario. Y, lo que es peor, que pretendan la vuelta atrás, hacia un pasado que nunca volverá, impidiéndonos, así, interactuar con el mundo real y preparar el camino hacia lo venidero. Que es, en realidad, lo que llevan haciendo la política y el discurso social dominante en Asturies desde hace al menos tres décadas: mantener el culto al cadáver insepulto del pasado, fingiendo que es un cuerpo con plena vitalidad, impidiendo de ese modo (en parte, de forma interesada) que nazca el presente y se abra el futuro.



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