Cuando un amigo se va…

Cuando un amigo se va… así, hace meses, el 8 de septiembre pasado, se nos fue el doctor Eduardo González “Macano”, cardiólogo de reconocido prestigio y ovetense de pro. Este mediodía la directiva del Club de Tenis de la que fue presidente y un socio muy activo a lo largo de los años en sus actividades culturales le rindió un emotivo homenaje dándole su nombre al salón de actos en presencia de su viuda, María José, quien descubrió una placa, y de sus dos hijos y hermanos. El presidente del Club de Tenis Fernando Fernández-Ladreda presidió el acto entregando la insignia de oro a la viuda tras unas palabras del directivo Ignacio Martínez quien glosó la figura de Eduardo González resaltando cómo el ayuntamiento de Oviedo le ha concedido el nombre de una calle cerca del nuevo Hospital General y la Real Academia de Medicina de Asturias que preside el profesor Manolo Uría le dedicará una sesión científica en el inicio del próximo curso en el otoño. A la reunión que fue íntima si estuvieron presentes, entre otros, buenos amigos del desaparecido doctor como Pepe Cosmen, Blas Arganza, el que fuera también presidente del Club de Tenis Juan Carlos Arias a quien sucedió al frente del club el propio “Macano”, Fernando Marcos Vallaure…

“Macano” perteneció durante años a una peña informal, la de El Urogallo, que me honro en presidir y que habitualmente a la hora del vermuth nos reuníamos, y lo seguimos haciendo, en “La Goleta” en la calle Covadonga. Conversador nato, con una memoria prodigiosa, abierto a ayudar a solucionar cualquier problema que alguien le plantease, no exagero si digo que todos pivotábamos en la tertulia en torno suyo, incluído José Ramón Castañón, el más braco en su dialéctica. El sentido de la amistad  de “Macano” era extraordinario y su capacidad para aguantar pelmazos que un día sí y otro también iban a contarle batallitas, también. Conocía la sociedad de Oviedo de los años 60 para acá al dedillo, solo igualado, creo, por mi colega, también fallecido solo cinco meses antes que “Macano”, José Vélez. Eduardo González disfrutaba con las amistosas discusiones que Vélez y yo teníamos en su presencia sobre lo divino y lo humano, metiendo peseta de vez en cuando, con ese sentido del humor que tenía, típicamente carbayón con algún ramalazo gallego.

La última vez que nos vimos fue en la terraza de “El Tizón” a mediodía. Acompañado de su esposa venía del funeral de un colega y ya no me gustó su aspecto. Lamentablemente poco después fallecería. En una de las últimas reuniones que tuvimos los miembros de la peña me sorprendió con un detalle entrañable, la dedicatoria de  unas frases a mi persona recogidas en un pergamino firmado por todos los miembros, iniciativa de “Macano”, lo que nunca olvidaré por lo que tengo el documento expuesto encima del ordenador. El hecho de que en Oviedo vaya a haber dos calles, una con su nombre y otra con el mío -lo que “Macano” no llegó a saber en vida-, me hace sentir aún más orgulloso de haber sido su amigo como lo fui antes, aunque no con tanta intensidad, de su padre el también eminente cardiólogo Eduardo González. Cuando un amigo se va queda un espacio vacío…



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