Los terruños no desaparecen, se hacen añicos ellos solos cuando elevan a la primera magistratura de la nación a personas sin sentido del Estado, ofuscadas e imbuidas en una farandola, tras crear un militarismo dominguero, huero y falto de grandeza patria.
¿Cuándo se jodió Venezuela? Muchas veces a lo largo de su historia, comenzando en los preludios de las guerras federales, y en el instante en que los caudillos, y no las ideas, convirtieron los gobiernos en hatos privados.
Suficiente sería recordar que entre la toma del poder de José Antonio Páez en 1830, y la muerte del Benemérito Juan Vicente Gómez en 1935, trascurren 105 años de una reyerta centrada en sobrevivir como pueblo y hacer esfuerzos con el anhelo de disponer de una sociedad estructurada dentro de los parámetros del civilismo democrático.
Hemos tenido hombres asombrosos y mujeres con honra, no obstante siempre terminaron imponiéndose los botarates transformados en furrieles.
Y es que cuando los políticos surgidos de las entrañas malsanas se proclaman revolucionarios, da grima verlos tomar decisiones sobre el destino de la nación, a cuenta de considerarse estadistas y no llegar siquiera a la altura de un polichinela en un circo de enanos.
Hoy en esta heredad criolla venida a menos, se refleja un extraño socialismo del siglo XXI instintivo de males pasados. No avanza en la actualidad esa llamada “tierra de gracia” debido a una escueta razón: no existe un engranaje de técnicos al servicio de la administración pública capaz de trasformar la realidad cotidiana en una sociedad de empuje.
Estando Hugo Chávez Frías, el comandante, enfermo en Cuba y los hermanos Castro haciendo de enfermeros, colocaron en la jefatura del Estado venezolano a un muchacho cuyo único mérito es haber sido el correveidile del presidente fallecido.
Nicolás Maduro es la representación más genuina de la incapacidad política en una nación que ya está más dividida socialmente de lo que estaba con Chávez. Todo se viene abajo. El gobierno es la viva imagen del tiovivo en una feria. No hay ni papel higiénico.
Bochinche, puro bochinche. Incapaces los chavistas de hoy de conseguir que algo funcione medianamente bien, el gobierno es más arbitrario y desdeñoso cada día de los derechos de los ciudadanos consagrados en la Constitución, y esa enajenación locuela está convirtiendo todo en papelón de estraza.
Ciega ha sido la nación de Simón Bolívar al no ver como el gobierno marxista paulatinamente encerró a la patria en una mazmorra en la que apenas se respira algún aire de libre albedrío.
Se llegó a una enajenación colectiva impuesta a recuento de una estructura soldadesca. La causa pudiera estar en la idea de aquel alcalde de Londres llamado Ken Livingstone, el cual durante meses no prendió luz ni bajó el agua de la poceta tras excretar, argumentando ahorro de electricidad y agua a razón del bien colectivo.
Albañal sin duda de una Venezuela desmadrada a razón de la improvisación y la incapacidad de una nomenclatura gubernamental falta de un claro sentido político económico y social.