Primero fue la nada, dentro de nuestra concepción de espacio y tiempo; más tarde llegaron por el camino de los milenios - tan eternos como los años luz o la espectroscopia que nos enseñó a descifrar la hermosura de las tonalidades cósmicas- la cosmología, la física, la filosofía, la mitología, la teología y… el mal del amor.
Cada año el planeta tierra, tan convulsionado biológicamente, celebra – desagradable palabreja – el día del Sida, Cáncer o Tuberculosis, y es que la raza humana suele hacer una especie de extraño jolgorio de la destrucción y la muerte.
Hay que recordarlo: solamente Homero no creía en los dioses; sí que los hombres podían ser como dioses, es decir humanos como cualquier habitante de la heredad helénica sin tenerles temor.
Muerto el padre de la “Ilíada”, los males de los siglos con sus aterradores miedos se hundieron hasta las entrañas en los cuerpos de los arrebujones de los estigmas y “la lepra moral”, al decir de salmos bañados en miedos, comienza a emerger de su propia máscara de carne. Había nacido la magia del maleficio.
Cuando todo era confusión, terror sin fin y asco, un laboratorio inglés afirmaba que el origen del virus de la neumonía procedía de más allá de nuestro hábitat. Su opinión estaba basada en la llegada a nuestro planeta cada día de una tonelada de bacterias procedentes del espacio exterior.
Algunos científicos cuestionaron esa teoría fantástica casi de ciencia-ficción. Los creyentes en ella aún la mantienen viva: “Se trataba de un virus nuevo que ha aparecido sin aviso previo en China. Una pequeña cantidad introducida en la estratosfera desde el espacio, podría haber caído al este de la cordillera del Himalaya, donde la atmósfera es más delgada, y después haberse depositado en las áreas circundantes”.
Al ser la fantasía uno de los dones más extraordinarios del ser humano, algunos comenzaron a hablar, igual que en la película de Richard Preston “Zona caliente”, de bacterias comiendo tejidos. En la actualidad esa hipótesis no se mantiene en pie, aunque tampoco se descarta. Habría que volver a leer a Carl Sagan cuando habla de la diversidad de la ciencia extendida en la diversidad del Cosmos.
Esta aldea global no lo es solamente para la comunicación, sino para todo lo que se manipula. Un microbio peligroso nacido y mantenido en un perdido y remoto tubo de ensayo en un lejano pueblo, puede, si se escapa, estar en pocas horas a miles de kilómetros, ya que los transportes actuales cubren el planeta a una velocidad de vértigo.
La llamada “peste negra” en la Europa medieval, arrasó medio continente, pero hasta ahí: no cruzó los mares y océanos para ir a otras tierras; actualmente puede viajar en un avión y sembrar su mal en horas. Ya no se habla de una guerra mundial con armas atómicas como el próximo episodio catastrófico, sino de la presencia de un virus que acabe de un soplo con la vida de millones de seres.
El Sida sigue ahí, casi bajo control, pero ha sido uno de los dramas más espantosos de la raza humana al destruir al mismo tiempo el espíritu y el cuerpo. Ninguna enfermedad contagiosa por los canales del amor carnal y la sangre de la vida, había llegado a tanto.
Ahora esa pandemia AH1N1 está teniendo un preocupante repunte. Nadie dice que llegó de las estrellas, como la epidemia de gripe producida entre los años 1917 y 1919, donde los índices de muertes no se pudieron explicar según los patrones epidemiológicos normales, y se buscó en la inmensidad de la bóveda celeste respuesta al miedo existente.
De las estrellas venimos y hacia ellas vamos. Somos polvo nacido del Big Bag, la gran explosión. Todo llega del Infinito.