Ha llovido bastante desde aquel febrero de 1996 cuando, como referencia de la campaña electoral, el PSOE, en respuesta al “váyase Sr. González”, divulgaba un vídeo de poco más de dos minutos que comenzaba con la visión de un fiero doberman que se abalanzaba sobre el espectador. Con música tenebrosa, la siguiente imagen mostraba una explosión nuclear y una voz en off afirmaba que la derecha de Aznar era la España negativa y solamente el PSOE y Felipe González podían remediarlo.
En aquellos días, Mariano Rajoy era el coordinador de la campaña electoral de José María Aznar y escribió una carta de protesta a Felipe González por la identificación que PSOE hacía de Aznar como siniestro doberman y asesino atómico.
No hubo respuesta, pero Felipe González perdió las elecciones y aunque la victoria del PP fue por escaso margen, lo cierto es que los socialistas declararon odio eterno al líder de la derecha que había abierto la brecha para rebajar los triunfalismos del PSOE.
Un nuevo varapalo cuatro años después, no hizo más que aumentar los deseos de venganza del PSOE y los sucesos de Atocha se utilizaron torticeramente para dejar atrás ocho años de travesía sahariana.
Con estos antecedentes no hay que extrañarse de la histérica reacción del partido socialista y su número dos, Elena Valenciano, ha manifestado que la vuelta de Aznar a la política sería una mezcla del “túnel del tiempo y de los horrores”. Las declaraciones trascienden alta concentración de temor a que cual lanceado Cid, Aznar sea capaz de dinamizar a esas clases medias que constituyen el núcleo más consciente del PP y que se declara defraudada por los incumplimientos de Mariano Rajoy en materia fiscal y laboral además de blandenguería frente a los nacionalistas.
Los analistas están interpretando la entrevista de Aznar en Antena3tv, buscando la explicación de un protagonismo que para unos es recurrente.
Otros lo estiman como un mal endémico de todos los “ex” que no se resignan a la condición de “jarrones chinos”. Para los más afines es la expresión de un fuerte impulso de un “político de Estado” que recurre a romper reglas de lealtad cuando a su juicio peligra todo un programa de gobernabilidad e incumplimiento de programa pactado.
Los próximos días nos darán más pistas sobre el alcance de las intenciones de Aznar y si aciertan las valoraciones que van desde apremio a Rajoy, estrategia defensiva y por qué no, también intento de pulsar el grado de respuesta de cara a futuros imprecisos.
En cualquier caso no parece que el suceso quede como simple brote político primaveral.
A José María Aznar muchos lo califican como el mejor presidente del Gobierno que ha tenido el país y que hubiera llegado a la excelencia si al final hubiese tomado mejor el pulso a la sociedad española.
Algo parecido se puede aplicar a Felipe González que prestó indudables servicios a la democratización y progreso de España, pero que en su último mandato acabó arrastrado por graves fallos. Ambos “ex” tienen más que acreditado, desde distintas concepciones, su prestigio de hombres de Estado, con ventaja sobre sus sucesores más cercanos.
Los “jarrones chinos” siguen teniendo valor y en las vitrinas patrias tenemos los reiteradamente mencionados. Sería estúpido no cuidarlos. Quién sabe si pueden ser el último recurso.