Hace años, a través de los medios audiovisuales, me crucé con él por casualidad. Seguí su trayectoria vital, su trabajo, y sus jotas. José Iranzo, el Pastor de Andorra, me causó una sensación como pocas personas me habían producido.
José Iranzo, desde muy joven, según él contaba, tenía dos aspiraciones: poseer un buen rebaño de ovejas y ser reconocido como cantador de jotas. Consiguió ambas cosas y se sentía y se siente el hombre más feliz del universo.
Actuó en los mejores teatros del mundo, ante grandes dignatarios y ante públicos de la más hetereogénea condición. Pero después de cada éxito y cada viaje volvía a su pueblo, Andorra (Teruel), para estar con su mujer, Pascuala -el amor de su vida y a la que adora-, y para seguir cuidando su rebaño de ovejas.
Me hubiera gustado conocer personalmente al Pastor de Andorra, pero me conformo con haber recibido su mensaje de sencillez y de humildad. Un mensaje limpio y reconfortante que procede de una personalidad arrolladora, tan arrolladora como su voz.
Hay muchos y buenos joteros en Aragón y casi todos cantan "La Palomica", pero solo oyendo cantar su jota a José Iranzo, solo, en su potente, ondulada y montaraz voz, se puede seguir el vuelo de la paloma. Escuchar "La Palomica" del Pastor de Andorra es, casi, una obligación diaria.
José Iranzo tiene 97 años y con lucidez y entusiasmo sigue hablando de su esposa, Pascuala, de su rebaño de ovejas y de su insuperable "Palomica". Gracias, paisano.