El Premio Nobel de Literatura Saul Bellow escribió hace más 35 años un libro llamado “Jerusalén, ida y vuelta”. Posiblemente se piense que esas páginas, después de haber transcurrido más de tres décadas y cuando tantos hechos han venido sucediendo en esa franja de tierra entre el Mediterráneo, las riberas del río Jordán y el desierto de Néguev hacia el mar Rojo, poco o nada puedan decir ya. No es cierto: cada signo sigue reflejando los acontecimientos con las mismas secuelas que implican a israelitas y palestinos.
A Bellow lo conocimos mucho antes por las opiniones que sobre su vida tiene Gore Vidal. Después, cuando matizaba el destino de los judíos norteamericanos a los que supo disecar hasta hacerlos pergaminos, mientras taladraba en letras de fuego las angustias lanzadas por un dios eternamente furioso contra el llamado pueblo elegido, al que ayudó a través de los siglos – y aún lo hace – a luchar contra los elementos y las adversidades cabalísticas.
El crítico Martin Amis dijo sobre el autor de “Herzog”: “En el nombre de Bellow (Saul) hay una errata: la “a” debería ser una “o”.
Recordemos que “soul” es alma, en inglés.
En Jerusalén, pasando del barrio griego al cristiano, cruzando la Ciudadela para penetrar como viento en desbandada, y dejando a nuestra izquierda el Muro de las Lamentaciones, encontramos la primera Madraza abierta a la zona musulmana. Allí la fe de cristiano viejo que uno lleva en parihuela, rezó ante las estaciones punzantes reflejo de la tragedia de Cristo.
En una tierra de trances y contrastes en que una sola ciudad, Jerusalén, es defendida a fusil, espada y cuchillo, entre judíos, cristianos y musulmanes, uno intentó imaginar la manera en que un Dios, llámese Jehová o Alá, morando a su vez en la cúpula de la Roca, el Santo Sepulcro y el Muro de las Lamentaciones, pueda presenciar tantos conflictos humanos envueltos en sangre sin inmutarse. Será conspicuo leer en este trance “Vida de Jesús” de Ernest Renan.
Jehová o Alá, morando a su vez en la cúpula de la Roca, el Santo Sepulcro y el Muro de las Lamentaciones, pueda presenciar tantos conflictos humanos envueltos en sangre sin inmutarse. Será conspicuo leer en este trance “Vida de Jesús” de Ernest Renan.
No hay explicación. Me habían recomendado no venir a Israel. Vano empeño. Seguimos el sendero de los creyentes penetrando a la Ciudad Santa por la Puerta de los Leones. Rugía el alma y la Madraza de al- Sallaniya se alzaba ante nuestros ojos imperecedera.
Esas piedras más antiguas que el hombre, nos protegieron. O por lo menos siempre hasta hoy lo hemos sabido. Y saber, garabateó el profeta, es mucho más que creer.