En el ultimo numero de “Futuribles” (Mayo-Junio 2013), Hughes de Jouvenel, uno de los especialistas en prospectiva más acreditados del mundo, dice que son muchos los gobiernos –empezando por el francés- que proclaman su firme voluntad de reducir el desempleo y relanzar el crecimiento económico pero luego, ante el fracaso reiterado, “debemos preguntarnos si no se agotan vanamente intentando colmatar las brechas de un modelo de desarrollo superado, condenado ineluctablemente a desaparecer”.
Opina que la situación actual es objeto de dos interpretaciones radicalmente distintas: la de quienes piensan que es coyuntural y esperan todavía reverdecer el modelo que conoció su apogeo hace unas décadas, y la de quienes –como él- consideran que los que así piensan se equivocan de época, que no han comprendido la verdadera naturaleza de la crisis. Cometen dos grandes errores: el primero concierne al diagnóstico, porque no estamos ante una situación pasajera sino en la encrucijada de un modelo de sociedad que no acaba de terminar y otro que no acaba de emerger.
El segundo error consiste en adoptar unas medidas no solamente ineficaces sino contraproducentes, puesto que aplazan los esfuerzos de innovación que deberíamos llevar a cabo.
Jouvenel pone de manifiesto la conmoción que ha producido en los escenarios geopolíticos y geoeconómicos mundiales el hecho de que el epicentro se haya desplazado del Atlántico al Pacífico. Y la organización de las empresas en grandes redes mundiales, progresivamente desconectadas del estrecho marco geográfico en el que siguen operando los Estados.
La economía social de mercado, regulada por el Estado y los agentes sociales, ha sido superada porque las fronteras nacionales son excesivamente “porosas” y, también, porque no se han tenido en cuenta las perturbaciones que conlleva la economía de la abundancia sobre el ecosistema.
Es cierto que hay muchos problemas financieros –que esboza- pero el gran desafío deriva de la escasa eficiencia del Estado protector y en la crisis de confianza que implica no conseguir asegurar la indispensable solidaridad entre las generaciones y en el seno de las mismas. Es urgente sentar las bases de un nuevo contrato social más equitativo y adaptado a las necesidades de una nueva época y a unas generaciones cuyas aspiraciones no son las mismas que las de las anteriores. Quieren vivir, producir y consumir de otra manera.
Un cambio de era se aproxima y –me parece oportuno recordar aquí de nuevo la aseveración del Presidente John F. Kennedy en junio de 1963- : “… ningún desafío se halla fuera del alcance de la capacidad creadora de la especie humana”.
Hay que inventar el futuro.