El retorno a las raíces siempre me evoca una querida nostalgia por lo vivido. Nací en el barrio del Carmen en la localidad allerana de Moreda y, si no fuera por un bloque de viviendas, desde la ventana de mi hogar podría contemplar el río Aller que por aquel tiempo sus aguas bajaban turbias debido a las escombreras que acariciaba con su lento transcurrir y arrastraba con su pasar el hollin adosado a la piedras.
Solo con las crecidas se mostraba violento. Entre aquel bloque de hogares que cobijaba a gente humilde y el río, dos raíles indicaban que por aquella cremallera de hierro y traviesas de madera circulaba un tren que bramaba al aire un humo gris fruto de la caldera que se alimentaba de un carbón que aquellos vecinos mios arrancaban del vientre del subsuelo del pueblo.
Siendo un niño me fijaba en los rostros de aquellos hombres sobre todo en el contorno de los ojos, parecía que estaban maquillados. El polvo se les quedaba como una lapa adosado sobre su piel. Eran la mayoría jóvenes y ya aparentaban mas años que los señalados en sus Dni. El "turullu" nos indicaba el principio y el fin de la jornada o relevo. Era imposible abstraerse de aquel monolito de hierro forjado que como un dedo señalaba al cielo. Por ahí, como hormigas entraban no solo mis convecinos sino que salia el oro negro al exterior.
Otras veces, mas de las necesarias, salia un minero sin vida entre la desesperación de sus compañeros de tajo, no solo traía luto a su familia, el pueblo entero se quedaba con el alma congelada. Solidaridad sin ataduras y lealtad hasta decir basta. Las amarguras se saciaban en los bares, para ellos era un desafió al destino permanente, aquellos besos dados a su esposa e hijos llevaban el sabor de una despedida sin retorno. Este día camino de la casa que mis padres tienen en Villanueva, inevitablemente tuve que pasar a la vera del Pozo San Antonio, como una revelación quise mirar con los ojos del corazón aquel apéndice de metal para el la que la suerte ya esta echada y los días para su demolición están contados.
Ya dentro del Alsa que me trajo de vuelta a Oviedo, con los ojos de ver la realidad, me dije que debía escribir algo sobre aquel maravilloso tiempo que forjó mi infancia. En tres o cuatro años la minería será una leyenda y a los "guajes" de Aller que nadie nos cuente la historia...la hemos vivido.
Moreda, espero volver en el otoño de mi vida, para cerrar como un circulo la existencia. Espero pasar el sueño eterno frente al Pico Moros, el mismo que me vio llegar. Este puñado de palabras sentidas las he escrito con el alma. Mi único amor: Moreda de Aller.