Solo y a pie

Rechazó el hermoso pectoral que le habían preparado. Tampoco quiso la muceta de armiño. Se colocó su pectoral sencillo de toda la vida, y salió al balcón vestido de sencillez, humildad y mansedumbre para rezar y hablar con la gente. En ningún momento se llamó a si mismo Papa, y durante un minuto la gente y él se miraron en un silencio total. No sabía que decir, ni fue metódico en sus palabras, pero transmitió serenidad y esperanza. Todos los que vimos la escena nos dimos cuenta que teníamos un Papa distinto, de nombre Francisco, humilde como el pan, el agua y el sol.

 

Atrayente historia la de este jesuita de 76 años que parece un “converso de las clases populares”. Hasta el 13 de marzo de este año casi nadie había descubierto su vocación de servicio a los más desfavorecidos. Leo en los periódicos que era un cura brillante, buen escritor, ¿inclusive algo poeta?, amante del fútbol, y de los tangos. Pero todo cambió cuando le hicieron obispo auxiliar de Buenos Aires y comenzó a visitar las “Villa miseria” porteñas.

 

Al visitar las gentes de la Villa, se encontró con un hervidero de hombres, mujeres, niños llorosos y sufrientes. Y escuchó un aplauso. Seguro que pensó que no era para él. Pero no, le aplaudían a él, aplaudían a un obispo que había franqueado las puertas de  la miseria. Y cuando comenzó a celebrar las misas, un trueno de voces hambrientas de cariño respondían a sus cantos y a sus plegarias. Allí descubrió el valor de la palabra pobre. Y el concepto de la palabra “patria” dejó de ser retórico y se volvió sangrante y doloroso.

 

Puede que en estos tiempos ramplones, arrugados y piojosos que vivimos, tú seas el despertador que nos anime a ser mejores, a evangelizar desde el servicio, a esquivar esa “bala de oro” que es el poder como tú lo has sabido hacer. Tú lo sabes muy bien, San Ignacio en 1528 “se partió para París solo y a pie”. Y en París comenzó todo. “Solo y a pie” has llegado tú a Roma en el 2013, con los zapatos de siempre, por eso “que el Señor te bendiga, te guarde, te muestre su rostro y te dé su paz”.



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