El mismo día en que el Ayuntamiento de Madrid tributaba a Sara Montiel los honores de un cortejo fúnebre por las calles de la capital del reino, nos enterábamos de que más o menos en la misma fecha en que la cantante manchega había fallecido, moría en su domicilio de la capital de España el escritor y humanista José Luis Sampedro (1917), catedrático de Economía y una de las personalidades críticas más sobresalientes de la cultura española en el último medio siglo.
La noticia la dio a conocer la agencia EFE a media mañana de ayer, con una escueta nota en la que se decía que por expreso deseo de Sampedro la información sobre su óbito debería darse una vez se hubieran incinerado sus restos, hecho que tuvo lugar esta mañana en el cementerio de La Almudena en la más estricta intimidad, para así irse -según su viuda, Olga Lucas- sin publicidad y de la manera más sencilla.
Esa ha sido la última lección del inolvidable maestro, en la misma fecha en que el Ayuntamiento de la capital de este reino agónico tributaba honras fúnebres a quien -mitos aparte- no pasaba de ser una mediocre actriz y sofisticada tonadillera. La ancianidad de Sara Montiel discurrió entre gracietas y confidencias sobre sus amoríos e incombustible libido, mientras la palabra de Sampedro nos seguía dando fe hasta última hora de una inteligencia llena de vida, criterio y sabiduría para aspirar a otro mundo posible.
La noticia la dio a conocer la agencia EFE a media mañana de ayer, con una escueta nota en la que se decía que por expreso deseo de Sampedro la información sobre su óbito debería darse una vez se hubieran incinerado sus restos, hecho que tuvo lugar esta mañana en el cementerio de La Almudena en la más estricta intimidad, para así irse -según su viuda, Olga Lucas- sin publicidad y de la manera más sencilla.
Esa ha sido la última lección del inolvidable maestro, en la misma fecha en que el Ayuntamiento de la capital de este reino agónico tributaba honras fúnebres a quien -mitos aparte- no pasaba de ser una mediocre actriz y sofisticada tonadillera. La ancianidad de Sara Montiel discurrió entre gracietas y confidencias sobre sus amoríos e incombustible libido, mientras la palabra de Sampedro nos seguía dando fe hasta última hora de una inteligencia llena de vida, criterio y sabiduría para aspirar a otro mundo posible.
Una vez le preguntó Olga Lucas a José Luis Sampedro en un acto público: ¿De dónde viene usted, señor Sampedro?, a lo que su compañero contestó que venía de otro mundo, al que ya nunca podrá volver porque también era de otro tiempo, un tiempo que fue arrasado y hundido en 1936.
Yo quería el Premio Cervantes, como lo quise para Mario Benedetti, para ese representante de aquel mundo que de modo tan certero y con tan perspicaz inteligencia nos dio el diagnóstico más atinado del nuestro. Seguro que el discurso de Sampedro para esa ocasión hubiera sido extraordinario. Podría haberse basado en aquel principio suyo: "El tiempo no es oro, el oro no vale nada. El tiempo es vida".