La variedad de matices de la existencia se centra en sus dramas y pasiones, en hechos insignificantes pero sublimes a la hora de valorar la vida como un todo. Somos polvo de estrellas sin duda alguna; ahora bien, cara al cotidiano caminar por los senderos telúricos de nuestro ser, también brisa de luz que llora y se emociona, siente y sufre, en una palabra: ama por encima de las tumbas.
La historia de hoy, sencilla, emotiva, nos demuestra una vez más como del olvido puede renacer la vida, y de hecho, en la madre Naturaleza eso sucede siempre, aún mucho antes del primer día del Génesis.
Un juglar, tan necesario en estos tiempos en que la poesía ha sido amontonada en el rincón de los trastos viejos del alma, cantó una vez ante una mirada de color turquesa:
“Porque son, niña, tus ojos / verdes como el mar, te quejas ; / verdes los tienen las náyades, / verdes los tuvo Minerva / y verdes son las pupilas / de las huríes del profeta”.
Ella, dice el versolari del presente relato, no era ni modelo ni profesora de inglés. Tampoco jugaba al tenis en cancha de nácar, ni hacía ganchillo con lana bermeja en el barroco mirador. La adolescente afgana de enigmáticos ojos verdes fotografiada hace 17 años por Steve McCurry ha sido localizada por el fotógrafo que la inmortalizó en aquella portada de National Geographic de junio de 1985. El tiempo casquivano se congeló, pero dejó cicatrices, y éstas, si se tocan, duelen aún.
Esa lejana jovencita, un pedazo de adolescencia símbolo de la lucha por la liberación de las mujeres afganas, y la foto más conocida de la revista en sus 114 años de existencia, es en la actualidad una madre con tres hijos, apegada a las costumbres tradicionales y religiosas de su etnia pastún, y vive en una aldea remota de Afganistán junto a su familia empobrecida. Ella hoy ni recuerda que un lejano día sus inmensos ojos verdes impactaron en millones de miradas hasta los más recónditos confines del planeta.
Hace menos de un mes dio la vuelta al mundo una falsa noticia sobre ella publicada en Londres. Presuntamente había sido localizada, se llamaba Alam Bibi, era modelo y la CIA la buscaba para preguntare sobre sus relaciones con Bin Laden, por haber dado clases de inglés a unos familiares del temible terrorista, del que una cosa cierta sí se sabe: se enamora permanentemente como cualquier adolescente encendido de pasión. Es el reflejo fiel del ángel / demonio que cada uno llevamos dentro.
Pero ha sido Steve McCurry quien sí la ha encontrado tras una larga investigación de aldea en aldea, hasta ver nuevamente el rastro perdido de esos ojos verdes. “Tuve una reacción visceral cuando vi su cara de nuevo”, ha declarado el fotógrafo.
“Estoy absolutamente seguro de que Sharbat Gula es la muchacha afgana buscada sin descanso por mí durante los últimos 17 años. Sus ojos siguen siendo tan cautivadores como entonces, y al verlos los míos se llenaron de agua”, añadió McCurry.
Los ojos de Sharbat aún ahora son arrebatadores . Ya no tienen el brillo de entonces, pues hay en ellos una cierta expresión de tristeza. Poco después de esa foto de 1985, realizada en un campo de refugiados de Pakistán, la adolescente se casó y regresó a su país. En este tiempo dio a luz cuatro hijos. Uno de ellos murió poco después de nacer.
Una copla rasga el aire... “me he muerto en tierras lejanas y nunca podré llegar. / Ojos tristes de mi vida, ¡cuánto tendré que llorar!”