Versalles

Si Versalles hablara, esa villa con la Flor de Lis de los reyes franceses, diría su verdadera historia comenzado con el primer palacete o coto de caza de Luis XIII, hasta el instante de colocar Luis XVI su cabeza bajo la guillotina.

Del absolutismo a la comuna, Francia es el país de las piedras imperecederas. Si partimos de la arquitectura gótica haciendo un atajo en la abadía de Saint-Martin-des-Champs al encuentro de Nôtre Dame, todo lo que verán nuestros ojos en aquel París tras la muerte de Carlos V, serán altos muros, rosetones y gárgolas entrelazadas en su contorno ojival.

 

En una nación en el que los cardenales los nombraba el Rey, no el Papa, ha sido acción  divina la presencia de hombres igual a Richelieu o Mazarino, cuyos palacios están a un paso del Boulevard Raspail, lugar  en que el cronista comenzó a matiza estas líneas.

 

Frente al Louvre, las piedras saben historia: las hambrunas, pestes y contiendas, empujaron a los Borbones a abandonar, traumatizados, la capital del reino de los  Capetos.

 

El “Rey Sol” - Luis XIV - tuvo hondos arrebatos de grandeza, asimismo torpezas. Entre guerras y aventuras que casi dejan las arcas del trono vacías, decidió construir un palacete a unos pasos de París, en un paisaje pantanoso con abundante caza: Versalles.

 

Durante los últimos  días de febrero  hemos estado allí. Un sol pálido permitió con su generosidad recorrer los jardines, cada uno de los acogedores bosquecillos y los  extensos canales.

 

Si esas estatuas dialogaran, sabríamos la otra historia de Francia. Los entretelones de las amantes reales que fueron muchas, entre ellas la favorita de Luis XIV, cuyo amor llevó al monarca a construir el Gran Trianon revestido de porcelana de Delf,  y así, un poco apartado de Versalles, pudiera dar rienda suelta a su fogosa pasión.

 

La cerámica es frágil. En muy poco tiempo, las paredes del Trianon se fueron deteriorando con la misma rapidez que la favorita caía en desgracia. Otras llegaron y partieron cual hojas de otoño por los aposentos del ya anciano monarca, cuyo cuerpo comenzaba a padecer los síntomas de la sífilis.

 

Versalles es la esencia de la Francia eterna, y así lo vio Luis Felipe cuando en 1846 lo convierte en memoria y custodia de la nación.

 

Ya de regreso, viendo nuevamente el filme de  Sofía Coppola, “María Antonieta”, en el mismo pueblo de Versalles, retornamos al fascinante siglo XVIII galo, embelesándonos de un pasado esplendoroso y seductor.

 

La película es  pura melancolía postmoderna.



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