Hoy quiero dejar de lado las miserias, memeces, melonadas y mamandurrias que nos rodean para llamar su atención sobre una singular circunstancia que se producirá poco después de que el colegio cardernalicio acabe su cabildeo --nunca interrumpido-- y tras el ajuste de intereses principescos tengamos Papa. A aquellos de ustedes que crean en la santidad de sus eminencias, sólo tengo que decir que envidio su inocencia. A los demás, no se les oculta que para alcanzar ciertas cotas de poder hace falta ir endureciendo progresivamente el espíritu --y acallando la conciencia--, pero tampoco que en el fondo de todo hombre, hasta del más encanallado, queda un sincero vestigio de humanidad: el miedo a la soledad, la necesidad de un prójimo.
El nuevo pontífice no será desconocedor de las intrigas vaticanas, pero una vez sentado en el trono petrino comprobará con dolor, seguro que con íntima sorpresa, que está definitiva y manifiestamente solo. En sus escasos momentos de retiro en el dormitorio papal, Dios a veces no escuhará y el mundo, el demonio y la carne aporrearán su frágil puerta gritando una incesante letanía de "Santidad, ésto", "Santidad, aquello", "Santidad, lo otro".
Y ¿qué hará entonces? Se lo aseguro desde esta humilde ventana. Por vez primera en la historia de la Iglesia milenaria una lucecita se encenderá sobre su solideo y, sin mirar la hora, descolgará el teléfono para llamar a unas dependencias cercanas.
"Con su Santidad Emérita, por favor"
La monjina, asustada, preguntará "Es muy tarde...¿quién lo llama?"
Y el dudará entre decir "el Papa" o un más humilde "monseñor....."
Y la medrosa hermana, o madre, pasará la comunicación mientras se santigua intrigada.
Y ahí comenzará un rosario de llamadas, porque, por vez primera, insisto, el hombre más poderoso de la Iglesia no está solo. Por primera vez tiene un igual con quién hablar, a quién consultar --porque él ya ha pasado por el mismo camino-- o con quien desahogarse.
Los presidentes tienen siempre otros expresidentes a quien llamar. Y lo hacen. De hecho se establece entre ellos una camaradería que trasciende ideologías e intereses.
Pero los papas no. No hasta ahora.
El nuevo Papa tiene un arma a favor de su estabilidad. Es el primero que tiene un Clan. El Clan de los Papas del siglo XXI.
Y lo va a necesitar. Y agradecer.
Sic transit gloria Mundi