Las elecciones generales de Italia han sido un esperpento de padre y señor nuestro, donde el sentido común se volvió agua empantanada y el raciocinio algo convertido en humo.
Ya lo apuntaba hace un tiempo el sociólogo Giuseppe De Rita que lleva media vida diseccionando los comportamientos de sus compatriotas
¿Pero cómo demontre es posible? ¿De qué manera se explica esto? ¿Qué diantres les pasa a mis compatriotas? Esas son algunas de las preguntas que muchos se hacen ante un personaje tan inexplicable fuera de Italia como Silvio Berlusconi, al que nadie hace una semana daba una lira vieja por su improbable victoria y ahora en compañía de un cómico – la antipolítica misma – llamado, como no podía ser de otra manera, Beppe Grillo, abocaron a la tierra de Dante y sus círculos infernales a la borrasca de la ingobernabilidad.
En la Italia de los antiguos césares, ostentar el título de Cavaliere es un honor entre el fango y la osadía. No se trata, según la fallecida Oriana Fallaci, de un rótulo raro e importante, ya que la tierra de los renacentistas produce “más caballeros y comendadores que ladinos y chaqueteros”. Mussolini llevaba la marca con arrogancia entre su piel y la camisa negra. Ahora lo hace Silvio Berlusconi.
A las varias veces jefe del Gobierno le agrada esa etiqueta más que su nombre propio. Tanto, que daría la mitad de su riqueza para anexarla por toda la eternidad como apellido, y eso que en Italia lo más perecedero son los sobrenombres. Al haber miles, se confunden con las piedras milenarias semienterradas en los descampados cual mudos testimonios de gozos decadentes.
Berlusconi siempre arrastra el escándalo, al ser en cierta forma la reencarnación del sempiterno pícaro de las comedias del cómico y Premio Nobel, Dario Fo; también, igual que Beppe Grillo, un personaje de Federico Fellini arrancado de “Amarcord”, y ante todo, la sombra del italiano medio en “El ladrón de bicicletas”, en la cual los medios para sobrevivir traspasan el deseo de la propia existencia.
Con IL Cavaliere la maraña va unida a su propia sombra. Al no haber sido jamás un empresario de vieja data, hoy tampoco es un político de la escuela de Camillo Benso, conde de Cavour. Sus reyertas permanentes son con los tribunales de justicia y los periodistas. Estos le azuzan igual a perros detrás del zorro, y Silvio se venga prohibiéndoles trabajar en sus medios de comunicación, que son casi todos.
El humilde italiano de extrarradio dio su voto a Berlusconi o Grillo con un sentido de lógica aplastante como hizo en los las pasadas elecciones: “Siendo uno millonario y el otro un payaso, no robarán mucho”. Así es, aunque el primero – quizás también el risible - se aproveche del poder para otros menesteres. Pecata minuta diría, cual mafioso de la Italia del Sur.
En medio de todo esto, es cierto que el centroizquierda con Pier Luigi Bersani, secretario del Partido Democrático, hombre serio, capaz, pero con poco o ningún carisma, ganó la Cámara baja, perdiendo el Senado que arrastró Berlusconi y con esa situación amarga formar un gobierno en tarea de titanes.
¿Nuevas elecciones? Está dentro de lo casi posible, ya que Monti, que pudiera ayudar a Bersani de alguna manera, ha quedado en un lejano cuarto escalón.
El otro embarazo es que esas elecciones italianas, tal como han salido de las urnas, son un gravísimo tropiezo para la Unión Europea, y sobre todo para España, unida, en las buenas y las malas con las políticas económicas romanas.
Ni Berlusconi ni Grillo ven con buenos ojos las medidas restrictivas de la cámara de Bruselas, y no darán el brazo a torcer para entrar por el aro con los miles de enojados que tiene la península del país de la bota.
Vistas así las cosas, solamente queda esperar ver que sucede entre los políticos en estos días que faltan para el fin de semana. ¿Un milagro?
Mejor un baño de responsabilidad.