Emboscada constitucional

Mal gusto de boca. Desazón con demasiados componentes de un negro pesimismo, y ya no solo por las escasas posibilidades de salir, a corto plazo, de la crisis económica y social sino de la tozudez  en el empeño de deshacer lo conseguido y volver a empezar para dirigirnos a no se sabe donde. De nuevo la comprobación de que ese cancer, en pleno metástasis, que cada poco tiempo nos obliga a revisar nuestra identidad y reglas para gobernarnos , ataca de nuevo. En esta ocasión a un cuerpo exhausto y sin sanadores que valgan la pena.

Mal andamos si todo el poso que nos queda después del debate del estado de la Nación ,es la infantil polémica acerca de la puntuación merecida por los contendientes cual “reality show” televisivo, cuando la representación de los actores volvió a escenificar la nula voluntad de consenso para hacer frente común a la dramática situación del país, optando, en su lugar, por la sistemática descalificación del contrario o el recurso a la trampa, a la emboscada política que desvíe la atención sobre lo que de verdad importa.

La virulencia empleada por los líderes es de tal calibre que parece imposibilitar cualquier posibilidad de un mínimo entendimiento. Más que confrontar programas se han multiplicado las acusaciones y sin embargo la ciudadanía exige, imperiosamente, un consenso en las medidas y su aplicación.

De los cuatro jinetes del Apocalipsis que nos invaden: paro, corrupción, crisis institucional y ruptura de la cohesión nacional, este último parece el más desbocado y difícil de embridar. No debiera haber muchas dificultades para que PP y PSOE consensuasen los remedios para frenar el paro y después relanzar el empleo, tampoco en arbitrar los cortafuegos contra la corrupción e igualmente aplicar un eficaz reformismo de buen gobierno en las diferentes instituciones de la Administración Pública. Mucha más ccompleja era la situación en 1977 y los Pactos de la Moncloa enderezaron el rumbo económico y permitieron el cambio político, haciendo posible la Constitución y la Transición.

El antecedente ya existe. Por encima de debates y navajazos, si la clase política quiere redimirse ante la opinión pública, tiene que convenir ante la emergencia y no poner al Estado en continua crispación y trance de reinvención como escapatoria por su incompetencia manifiesta.

Rajoy y Rubalcaba, o sus inmediatos sustitutos, tienen que pactar un programa de mínimos para evitar que el sistema se vaya abajo. Tener la mayoría en el Congreso legitima las leyes pero es insuficiente para rebajar la tensión social. Tener en contra todo el arco parlamentario ya condiciona los resultados.

Sería una deslealtad histórica que el divorcio entre los dos grandes partidos diese campo libre al cuarto jinete, al rompedor de la cohesión nacional. CIU y ERC  persisten en sus estrategias soberanistas y mientras el PSOE es pudoroso en el rechazo, otros se lanzan al aventurismo de la reforma constitucional .

El debate del estado de la Nación va a continuar en términos mucho más complejos que el deshaucio o las ayudas a emprendedores. Se han incorporado temas como la Corona y hasta se ha colado la abdicación inmediata del Rey. Más barullo junto al independismo.

La ciudadanía está en su derecho de exigir responsabilidad a las cúpulas del PP y del PSOE para que corten de raíz estratagemas tácticas y emboscadas constitucionales que desvíen la atención sobre lo que de verdad importa, acabar con la tragedia del paro.

                                                                                        



Dejar un comentario

captcha