La nación más poblado de la tierra – 1.340 millones de habitantes – ha recorrido una larga marcha a lo largo de los siglos; cuando en la Academia de Atenas, con Platón en su esplendor, se escribía en papiro, China ya hacía el papel tal como hoy lo conocemos.
Aún no había nacido Confucio, y los jóvenes y las muchachas ensalzaban el amor y la amistad por medio de versos y canciones recogidas tiempo después en uno de los libros más clásicos del reino del emperador Qin, el llamado “Che, king”, “Libro de las Odas” o “ de los Versos”.
Es decir, poco o nada les podemos enseñar a los descendientes de la dinastía Ming pues ya sentían la esencia del mundo sobre el monte Taishan, cuando los europeos andaban con taparrabos y en América no existía Cuzco, el santuario de Machu Picchu, Teotihuacán ni las majestuosas piedras de las pirámides de Chichen Itza.
Con toda esa sabiduría, la tortura refinada, cruel, convertida en arte, también era china, igualmente la guerra envuelta en filosofía del general Sun Tzu; a tal razón hace veinte siglos, nació allí una máxima de cínica apostilla: “Primero se ejecuta al reo y después se le juzga: más tarde se sabrá si es culpable o inocente”.
Actualmente, según un informe de Amnistía Internacional, el número de fallecidos por causa de tortura y malos tratos es secreto en el inmenso país. El organismo ha recopilado testimonios de presos comunes y políticos, asegurando haber estado en campos de trabajo repartidos entre Beijing, Shanghai, Hebei, Hunan, Shaanxi, y otros lugares.
Entre los ejemplos citados está la prisión de Shaanxi, donde encarcelados de cualquier categoría son objeto de brutalidades. También los monjes tibetanos reciben castigos duros.
A partir del final de la “guerra fría” con el derrumbe soviético, China dejó de oponerse frontalmente a la concepción de los derechos humanos. Hasta entonces, la contraposición y el sistema de prioridades entre deberes económicos, sociales y culturales, y los civiles y políticos, había marcado uno de los más duros conflictos ideológicos.
No obstante es evidente que Beijing, diplomáticamente, incorporó los derechos individuales a su discurso formal, pero no a sus implicaciones prácticas.
Recordarle esto hoy a los honorables camaradas del río de las Tres Gargantas que gobierna esa tierra inmensa, no es solamente un deber, sino un acto de justificada dignidad.