Volvemos a las andadas arrastrados por entuertos, campos yertos cortados al filo de una navaja y una sed devoradora de que don Quijote de la Mancha siga tan vivo y perspicaz como hace la friolera de cuatro siglos y algo más, cuando la batalla de Lepanto era una forma de arar en el mar de Occidente y los calabozos de Argel polvillo y viruta de las mediterráneas costas sarracenas.
¡Que le vamos hacer! Siempre don Quijote. Y nos disculpe el lector o lectora si volvemos en pos de los vericuetos de sus páginas, al sentir la sensación de que cada día lo estamos redescubriendo y disfrutando de lo lindo.
Cuando era niño – y lo he sido alguna vez - las arrebatadas y fantasiosas aventuras del Caballero de la Triste Figura y su fiel escudero Sancho, nos aburrían soberanamente, ya que ese añejo castellano cercano a Juan de Herrera, Garcilaso de la Vega, Gutierre de Cetina -”Ojos claros, serenos / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿Por qué, si me miráis, miráis airados?”-, era enredoso en demasía, retorcido, porfiado y muy cetrino, al ser las haches cristianizadas en efes, las jotas revestidas de equis, y todo a cuenta y barruntos de la lengua cervantina.
Ya de joven, al viejo uso moderno, leímos otros materiales sin orden ni sentido, entre ellas un libro, hoy arrinconado en algún lugar de la biblioteca, cuya pasada noche intenté encontrar sin éxito con el deseo de verle la cara y saber de verdad si aún nos seguía azorando.
“El amor, las mujeres y la muerte” de Schopehauer, nos dejó dudas y miedos tan profundos, que en cierta forma aún somos soy hijos de un infrecuente desespero.
Ahora, en la empinada cuesta del ser y el existir, volvemos la mirada, a los predios de nuestras soledades, y regresamos a los folios de Cervantes con la ansiedad del marino sin puerto o el lobo estepario al encuentro de la madriguera cuando ya las nieves de la existencia cubren la planicie del alma de silencio y brisa cortante.
¿Era Don Quijote loco o cuerdo? Dilema perenne al pertenecer su estirpe a la esencia al crepúsculo de los tiempos. Alguien dirá que ambas cosas. El clásico lo dejó zanjado cuando afirmo: “De cuerdos y locos todo tenemos un poco”. Algunos en demasía, no obstante, la virtud, es una merced que no desdice de nada.
Un critico literario, Harold Bloom, maestro en el arte de escudriñador textos, e Iván Serguéievich Turguéniev, están fusionados a recuento del baptisterio de don Quijote.
A cada uno de ello les une el haber realizado dos aportes (ensayos) excelentes sobre el personaje de don Migue de Cervantes Saavedra.
El primero se halla en el libro “Cómo leer y por qué”, y allí Bloom, realiza un excelsa comparación entre el hidalgo y Shakespeare.
Turguéniev, en cuartillas autobiográficas, crea una pieza admirable sobre “Hamlet y Don Quijote”.