Pese a que todos los días parece haber una negra noticia en el ámbito político o en el del empleo (es posible que a finales de mes las cifras de la EPA traigan un dato aún peor), el panorama ha mejorado bastante en los últimos meses del año pasado, y ello hace que las perspectivas para el 2013 sean alentadoras.
A lo largo del 2012 he venido sosteniendo, en público y en privado, oralmente y por escrito, que seguramente veríamos esta mejora hacia finales de año. Para testimoniarlo, cito aquí unas palabras del artículo que publiqué en La Nueva España el 03/07/12: «Terminaré con un pronóstico optimista que vengo anunciando hace tiempo: si, como parece, la situación financiera se estabiliza, hacia finales de este año empezaremos a ver también señales positivas, la detención de la destrucción de empleo y, tímidamente, otro clima inversor».
¿Hay señales positivas? Parecen indudables. La primera es la mejora de los costes de nuestra financiación: no solo ha bajado la tópica prima de riesgo, sino que estamos colocando el dinero de la deuda pública a un interés bastante menor, en grandes cantidades (11.500 millones en lo que va de mes) y entre inversores exteriores. Por otra parte, el dinero ha dejado de desinvertirse en España y vuelve a entrar y, a lo que parece, existe la expectativa de una llegada notable de fondos exteriores para comprar activos. La mejora de las exportaciones y de la balanza comercial son otros de los logros. Todo ello vendría a reflejarse, en el ámbito de la inversión de futuro y del empleo, en la decisión de algunas multinacionales (Ford, Citroën, Renault y Mittal) de preferir nuestro territorio a otros europeos, como Bélgica o Francia, para esas inversiones y en el cambio que en la prensa económica anglosajona se ha producido en relación a la valoración de nuestro país.
Ahora bien, esas mejoras no se han producido milagrosamente o porque llegase el momento del ciclo, sino porque se han tomado algunas de las medidas oportunas para ello. Si me permiten volver a citarme, traeré aquí las palabras de un artículo (La Nueva España, 20/01/2009), «¿En el 2011? Permitan que lo dude», donde negaba que las cosas fuesen a mejorar en ese año, como sostenían el gobierno y muchos economistas, dado que no se estaba tomando ninguna medida, más bien al contrario, sobre los problemas de fondo de nuestra economía: « Ahora bien, el gobierno socialista no piensa abordar ninguna de estas cuestiones. Se comporta como si estuviésemos ante una tormenta pasajera, desvanecida la cual, todo volviese a ser lo mismo, y, en consecuencia, pudiésemos seguir —con nuestra estructura productiva escasamente competitiva y con nuestro endeudamiento— creciendo en el aire y al margen de la realidad».
Es cierto que todavía quedan por resolver los problemas de fondo de nuestra economía productiva: los costos de la energía; nuestra escasa dotación tecnológica e innovadora; la exigua potencia de nuestras empresas (por poner un ejemplo concreto: de las 69.000 empresas asturianas, 27.000 no tienen empleado alguno, 32.000, menos de diez), lo que no faculta a la mayoría para innovar o exportar, su reducido músculo financiero. Pero, al margen de esas cuestiones inmemoriales, es necesario llevar a cabo otras disposiciones, alguna de ellas contenida el programa del PP y hasta ahora no llevada a cabo: la reducción de cuotas a la seguridad social, el cambio en la fórmula de pago del IVA a la Agencia Tributaria por las empresas, la modificación de la tributación por módulos en función del empleo son algunas de ellas; junto con eso, medidas en la racionalización de la administración, la eliminación de trabas a la creación de empresas y a su funcionamiento, la lucha contra los oligopolios y el fomento de la competencia, así como una mejora y precisión de la legislación laboral, a fin de eliminar aspectos confusos. Que, por otro lado, la atención legislativa fiduciaria y laboral separase con nitidez el ámbito de la pequeña y la mediana empresa (el 80% del empleo) frente a la gran empresa —que, sin embargo, es el ámbito prioritario de atención para las organizaciones empresariales y sindicales— no vendría nada mal.
Si, como se espera, el déficit estructural se ha reducido en el 2012 hasta el entorno del 7% y si la UE alivia la presión para los plazos de reducción del mismo, ello sería un enorme empujón para la financiación, la inversión exterior y la confianza interior, lo que haría, pese a los ajustes que nos quedan en algunos sectores como el financiero o el minero, que el empleo empezase a crecer aun antes de lo que pensamos y que, tal vez, una vez producido ese primer impulso, lo hiciese a un ritmo mayor del esperable, porque, en todo caso, el empleo se va a crear ahora con un crecimiento bastante menor del 2% del PIB anual.
Verdad es también que una parte de ese crecimiento ha de venir de inventar nuevos nichos de mercado por nuevos emprendedores, lo que es una cuestión lenta y progresiva; cierto también que la recuperación puede perderse por trastornos del ámbito internacional (un menor crecimiento en Europa, el desencuentro fiscal en EEUU, por ejemplo) o por el descontrol exponencial de la variable que forman el descontento de la ciudadanía, la corrupción y la manipulación que algunos sectores —políticos, sindicales y mediáticos— hacen de todo ello. Con todo, creo que las mejores perspectivas que se auguran han de confirmarse, y que, incluso, lograran superar la ocasional presencia de algunas de esas variables incontroladas que acabo de citar.