Supervivencia y 'lonchafinismo'

 Hay señales de alarma más avisadoras y preocupantes que otras utilizadas  de forma frecuente en los medios y en la controversia política. Así puede entenderse el mensaje del empresariado del sector de la alimentación, informando a la opinión pública  de la caída ,en varios puntos porcentuales, del consumo de productos alimenticios básicos y del entorno doméstico. No motivada por austeridad voluntaria sino sobrevenida, impuesta por la depresión económica.

Es para echarse a temblar. La gente compra menos comida y se comprueba un cambio de hábitos en el consumo familiar, La demanda se dirige a las marcas blancas y a las ofertas puntuales. Menos cantidad y menor precio. Se procura mantener la exigencia de calidad,  pero se compra más carne de segunda que pescado blanco. Más  legumbres, pastas, verduras, pan y patatas que aquellos de otros niveles gastronómicos o que se aproximan al capitulo “gourmet”, que hasta no hace mucho tiempo constituían un espléndido abanico de oferta y demanda, hoy muy menguado.

La crisis ha azotado a todos los sectores del consumo. Unos resisten mejor que otros. El textil está semi arruinado a pesar de reducir drásticamente los márgenes comerciales y explotar de forma reiterada las rebajas y promociones. Lo atestiguan los fracasos de tantos establecimientos, incluidos muchos con larga tradición.

Restauración y hostelería se desenvuelven en similar situación,  proliferan las clausuras y aumentan las ofertas de medios menús,  perteneciendo ya a la historia las reservas anticipadas en comedores de dos o más tenedores.

Si tal decaimiento es alarmante, el referente a la alimentación se vuelve dramático, puesto que teoricamente es el último reducto de la supervivencia . Cuando ya se han efectuado todos los ajustes en ocio, vacaciones, actividad social, locomoción, cultura, vestuario, equipamiento del hogar y otros similares, espanta que la brutal recesión incida ya en el consumo vital.

Un charcutero amigo me contaba que cada vez se extiende más el “lonchafinismo”- perdón por el palabro- que define la práctica de solicitar lonchas cada vez más finas, trasparentes, al comprar embutidos o una pechuga de pollo, por que de esta forma cunde más y se adaptan mejor a los decaídos presupuestos.

Estos mismos días se han publicado datos que reflejan el progresivo empobrecimiento de la población. Es lógico que caiga el consumo con cerca de seis millones de parados, y sin esperanzas de pronto alivio.

Cuando se toca el pan de cada día, la situación es proclive a la explosión social . Cada vez más difícil de contener y el recurrido colchón familiar se está quedando sin muelles. Si añadimos que la pobreza es burlada por una clase política,  contaminada por la corrupción  e incapaz de superar sus confrontaciones ideológicas y consensuar soluciones, el panorama adquiere caracteres del más negro pesimismo.

Los avatares de la prima de riesgo, los desafíos soberanistas, las trapisondas que se relatan cada día, no merecen mayor atención si se compara con el aviso de emergencia en el último escalón de la supervivencia.



Dejar un comentario

captcha