El otro París

París en invierno es ciudad de grises sobre   las piedras ambarinas de sus edificios públicos, con árboles desnudos y un trajinar inconmensurable   de gente.

 

Uno va entre asombrado y adormecido, igual a los  personajes de René Clair o Jean Renoir; sin embargo, en esta ocasión se acercó a la memoria la película “Subway”, el  filme de Luc Besson revelando  el asombroso espacio subyacente de las alcantarillas de la villa mundana.

 

Existen dos curiosidades escasamente  conocidas en la urbe: una, las catacumbas.  Trescientos   kilómetros de un espacio misterioso en el que hay criptas igual a la de San Sulpicio, cementerios repletos de osarios e inmensas canteras de yeso y piedra caliza, cuyo material ha servido en la reconstrucción de  los representativos edificios de  la metrópoli.

 

El otro lugar inaccesible  lo representan las alcantarillas, territorio sigiloso con  ríos, avenidas, plazas, galerías y hasta carreteras pavimentadas, obra colosal que solamente bajando a lo profundo del subsuelo se puede apreciar en su grandeza: es una “ciudad bajo la ciudad”.

 

 Con la pretensión de conocerla descendimos a sus a las entrañas. Lo hicimos en el Pont de l´Alma, paralelo al Sena, cerca de donde encontraron la muerte la Princesa Diana y su prometido Dodi, en  cierta noche trágica. Aún hoy, a la entrada del túnel, hay  ramos de flores frescas ofrecidas a la lánguida muchachita inglesa de los ojos azules.

 

La visita  comienza en la galería Turgot, en homenaje al ingeniero que construyó bajo el reinado de Luis XIV el alcantarillado de circunvalación de la capital. Impresiona el silencio, roto de vez en cuando, a cuenta del  sonido del agua que unas veces se hace fuerte, ensordecedor, y otras, un murmullo lejano y perdido.

 

En algún lugar de ese submundo, en la obra “Los miserables”, Víctor Hugo hizo bajar a Jean Valjean con un Mario desvanecido en sus brazos. El escritor del París con matices humanos dice que Jean encontró una especie de largo corredor subterráneo: “Había allí paz profunda, silencio absoluto, noche...”.

 

Cada día estas redes – 2.100 kilómetro de pasadizos- evacuan más de un millón de litros cúbicos de aguas residuales y, cada mes, dos toneladas de sólidos.

 

Hasta la Edad Media, la luciérnaga de Francia, alimentada  de  agua a partir del Sena, vertía sus aguas impúdicas al campo o las dejaba correr  entre las callejuelas de batida tierra  volviendo otra vez al río.

 

Hacia el año  1.200, Felipe Augusto hace adoquinar algunos lugares de la ciudad y prevé en su centro  un canalillo de evacuación, siendo necesario llegar a 1.850  para que el Barón Haussman, prefecto del Sena, desarrollase la maravillosa red actual.


Una vez fuera de las alcantarillas, una luz tenue de invierno placentero nos saluda. Frente a nosotros, la Escuela Militar y la Torre Eiffel. El París de siempre.



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