La constitución de un Consejo Asesor del Presidente de Asturies, un apostolado de doce personas expertas en materias administrativas, económicas y empresariales es una buena noticia. Aunque, como todo lo de esta territorialidad tan arcaica y conservadora, llega bien tarde: baste con decir que un mecanismo semejante lo lleva uno proponiendo en los sitios adecuados desde 1995. Ese conocimiento de la materia me permite decir, asimismo, que seguramente un Consejo más «práctico», conformado en mayor proporción por empresarios que compiten en el mundo, hubiese sido más deseable; del mismo modo, un organismo más flexible, en que fuesen rotando los interlocutores, tendría también sus ventajas. Es cierto que es posible combinar la estructura del Consejo Asesor con encuentros sistemáticos de interlocutores de negocios variables, lo que enriquecería la información. Si de algo vale la sugerencia, ahí está.
Paralelamente, la asociación Compromiso Asturias XXI ha vuelto a realizar unas cuantas sugerencias de qué cosas deberíamos modificar en nuestro comportamiento o cuáles deberíamos hacer. Creo destacables tres de esas indicaciones: que deberíamos ser capaces de vender nuestra imagen colectiva fuera; que deberíamos abandonar la competencia y la visión localistas; que sería conveniente utilizar la potencia y multiplicidad de nuestra emigración para establecer una red de complicidades y «embajadas».
Magníficas sugerencias, como estupendas pueden ser las ideas que el Consejo Asesor traslade al Gobierno. Pero la pregunta es la de «¿cómo se modifica la realidad?», o, en otras palabras, «¿quién le pone el cascabel al gato?». Me explico, para que todo ello funcione, todas esas propuestas de cambio y modernidad, es necesario que el Gobierno escuche y que sea receptivo. ¿Es ello posible? Mi respuesta es que resulta casi imposible, y ello por muchas razones.
En primer lugar, porque un cuerpo social —en este caso el Gobierno— funciona de modo semejante al cerebro y percibe mejor y da su aserto solo a aquellas cosas que espera previamente oír y a aquellas que concuerdan con sus expectativas, mientras rechaza las que no lo hacen. Y, en segundo lugar, porque aquellos en quienes se apoya en primera instancia, fuerzas sindicales afines, líderes de opinión actuantes, organizaciones políticas sobre las que se constituye, tienen, como él, una visión del mundo y de la economía que es como la radiación de fondo del universo, los restos de una antigua conseja que, desde hace muchísimo, no tiene nada que ver —si es que tuvo— con el mundo real. Todos ellos esperan, pues, que las orientaciones vayan dirigidas a reiterar algo que se asemeje al pasado (y refuerce su poder personal, sindical, político, por cierto), no que lo destruya.
Algún ejemplo nada más, con respecto a algunas de las propuestas de Compromiso Asturias XXI. La idea de utilizar la emigración como una red de embajadas es vieja, así como la necesidad de proyectar una imagen singular y colectiva de Asturies (llevo proclamándolo también, y no creo ser el único, desde la lejana fecha de 1995). ¿Por qué no se hace? En primer lugar porque las gentes de ese discurso y entrega no creen que Asturies sea un sujeto colectivo de nada. En segundo lugar porque sus intereses, afanes y prioridades están siempre subordinados al discurso y órdenes de Madrid, a la pura distribución de consignas emanadas en la Casa Central de la franquicia que ellos representan. En cuanto a olvidar la rivalidad localista y el competir en gasto inútil a través del acuerdo, ¿alguien cree que van a dejar, precisamente, de aprovechar y cultivar el localismo —elemento complementario de la inexistencia de un sujeto colectivo—, que es lo que alimenta, en gran medida, sus votos, no solo los concejiles?
Pasemos ahora a otro ámbito. ¿Creen ustedes, realmente, que alguien tendrá interés (no digo ya «será capaz») de convencer a los Alfredo Landistas —esos sindicalistas que pasan el año pidiendo «un plan», como el Landa de las películas de los setenta— de que el mejor «plan» de un gobierno es intervenir lo menos posible en el diseño de la política económica y limitarse a eliminar obstáculos y ayudar a soplar en las velas que llevan viento favorable? No, ¿verdad? Pues ellos, Gobierno, fuerzas políticas mayoritarias y sindicatos, son quienes se realimentan, constituyen y reconocen en esos discurso y emocionalidad.
Sin olvidar, finalmente, que los políticos son como el gozquecillo que, cuando cree correr delante señalando el camino a su amo, descubre de pronto que se queda solo y ha de desandar el camino en busca de su conductor. O, en otras palabras, la política consiste fundamentalmente en decir a los tuyos lo que quieren oír y en esa realimentación consiste el éxito, la fidelidad y, con frecuencia, el fracaso social, aunque no el electoral,
«¿Quién le pone el cascabel al gato?», he dicho arriba. Es una pregunta errónea. Corrijamos: ¿Cómo pensar siquiera en ponerle el cascabel al gato si la mayoría de los ratones piensan que deben su vida y su mediano pasar al mismo, y que, desaparecido éste—que les hace creer que es su guardián mientras los diezma y consume—, su esperanza, su vida sería mucho más insufrible? Es más, la mayoría de los ratones están seguros de que la solución de sus problemas y angustias estriba en un aumento del tamaño del gato y, proporcionalmente, de su esencia actuante, de su gatesquidad.
Pero, en fin, en todo caso, en esas novedades arriba anunciadas, yo quiero ver una tímida palada de la piragua asturiana hacia adelante, hacia el presente, en la dirección correcta. Porque, hasta ahora, han venido practicando lo que ellos creían el descenso del Seya remando en realidad hacia Oseya de Sayambre.