El divino

Quien  conozca a Hugo Chávez, su afán de poder, la pasión hacia el discurso empalagoso de pomposas frases,  la avidez de ser  el muerto en el funeral y novio en  toda boda, entenderá su irritación al no  estar presente en Caracas estos días.

 

No poder  ni enviar un discurso grabado a sus incondicionales,   expresa  que el país  se halla  ante un hombre imposibilitado de manejar sus codicias políticas, las mismas que han llevado a Venezuela  a uno de los ciclos más insostenibles de la historia reciente.

 

 La cerril actitud del caudillo mesiánico, y la sus cercanos colaboradores, cuyo poder personal es nulo sin el soplo del Líder Máximo,  está creando tal crisis, que si llegara a  faltar físicamente el autócrata en cualquier momento, levantaría una ventolera de ambiciones veladas, entre rencores y desprecios, con  resultados escalofriantes.

 

El propio Hugo nunca se cansó de  repetirlo: “Dentro del chavismo todo, fuera de él, la soledad más yerta”. Y eso se cumple al pie de la letra. Sin la voluntad del presidente, pocos respiran.

 

En el  llamado  “Socialismo del Siglo XXI”,  el libre albedrío es una entelequia.  La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela – “la mejor del mundo” -  está al servicio absoluto de su persona.

 

No hay poder autónomo: cada decisión de la Corte Suprema de Justicia, Contraloría General, Defensoría del Pueblo, Fiscalía o Asamblea Nacional, llega en un sobre lacrado en mano de un motorizado desde el Palacio de Miraflores, sede de la potestad ejecutiva.

 

 En otras incontables ocasiones las decisiones se tomaban al voleo en el programa de radio y televisión “Aló, Presidente”.

 

En esas trasmisiones  se sentaban,  cual párvulos, los integrantes del tren ejecutivo de la República, y raudos y veloces cual gacelas, salían a cumplir las decisiones del mandamás que eran – y son – de obligado cumplimiento.

 

 Esta es la razón de que hoy Venezuela esté huérfana, desolada y aterida de incertidumbre. Los ministerios y organismo que movían al país están varados en dique seco, falta el capitán que ordene, decida y  reparta castigos o parabienes.

 

La nación se ha convertido en un inmenso oratorio, el cenáculo  de los abandonados de toda protección. Falta el patriarca  paradisíaco, mientras  la noche más lúgubre ha caído sobre  miles de corazones desamparados.

 

Chávez representa en  sí mismo  una nueva religiosidad, un reflejo refulgente  del misticismo, el bendito que “todo lo da y todo lo quita” con pócimas de santería yoruba, las que en Cuba  asimila directamente de los grandes babalaos que rodean el hospital  en que mora postrado como un doliente crucificado.

 

El Comandante  padece una ofuscación obsesiva: la convicción real de ser  la reencarnación de una divinidad sagrada venida de los incas, los mayas o más allá, del propio Papá Dios.

 

Aún así,  no todo el continente  comulga con las decisiones que la Asamblea Nacional venezolana está tomando ante la ausencia de mandatario nacional  en el país.

 

Un ejemplo son las opiniones de la congresista estadounidense  Ileana Ros-Lehtinen:

 

“El retraso de su no toma de  posesión – señaló -  es un ejemplo más de los atropellos  del déspota. El régimen autoritario y no democrático hará cualquier cosa para mantener su férreo control sobre el pueblo venezolano. El Tribunal Supremo está lleno de compinches del Presidente y no puede ser visto como una entidad judicial imparcial.”


En el  país caribeño, cuando  las cosas se ponen color negro - hormiga, se recurre a un plato llamado  “arroz con mango”, es decir:  el caos se apodera de la marabunta nacional.



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