Los 15 años de gobierno totalitario de Hugo Rafael Chávez Frías han llevado al país venezolano a un cataclismo administrativo y social de proporciones abrumadoras.
La miseria sigue campando a sus anchas al no poseer el Gran Líder ideas claras de economía. Hace dadivas, no distribución justa de los trillones de dólares que tiene en los bolsillos. Ha creado una legión de paupérrimos seguidores, que por una subvención caritativa le siguen a ciegas.
Ese es su poder pleno, más el cayado de las fuerzas armadas.
El Ejército profesional y los grupos de milicianos armados hasta los molares, son el otro sostén de su megalomanía alocada. A los militares lo ha llenado de armamento, les ha insertado en los escalones del gobierno, manejando considerables presupuestos, y éstos lo retribuyen afirmando a voz en grito que “las Fuerzas Armadas son bolivarianas y chavistas”. Es decir: la máxima genuflexión ante la potestad del Presidente Comandante.
Los milicianos representan su guardia pretoriana. No tienen otro jefe que Chávez y han jurado defenderlo hasta la muerte o más allá, si vive aunque sea vegetativamente en una cama de La Habana.
A su vez el país se desangra. 2012, el año que se fue, 21.692 personas han sido exterminadas. Una guerra cruel no contabilizada. En los últimos días de diciembre, 420 venezolanos perdieron la vida en las calles de Caracas.
El personaje es un sabueso político sin olfato. Sus ideas en el campo socioeconómico no llegan más allá del conuco.
Nada se hace con votos, sino con botas. El Máximo Decididor gana elecciones manejadas y untadas de bolívares.
Ahora, enfermo en Cuba – actualmente capital de Venezuela – sigue gobernando entubado en una cama. Sus órdenes provienen vía Fidel y Raúl, y allá va a recibirlas, como en una peregrinación pagana, el vicepresidente Nicolás Maduro, que se las traspasa al presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Dos ineptos políticos falderos del moribundo.
Hoy el Sublime y Amado Guía, debería juramentarse ante la Asamblea Nacional en Caracas para su nuevo periodo presidencial. No lo hará. Está arduamente enfermo; no obstante tampoco permite que la Constitución, que él mismo inventara, marque lo pasos a seguir.
El personaje seguirá gobernando la nación de Bolívar entre los esténtores del aliento que se va haciendo cada vez más un soplido ahuyente.