botánica funeraria

El abogado y erudito catalán Celestino Barallat escribió ya en el siglo XIX una deliciosa obra que con el título Principios de Botánica Funeraria constituye un auténtico tratado de jardinería referida a los cementerios. Historia, diseño, árboles más apropiados y su simbolismo, tipo de hoja, colores, fragancias, nada permanece al margen del estudio. Y, lo más curioso, el planteamiento mantiene plena vigencia al momento actual, pues la vegetación de la necrópolis sigue siendo un elemento fundamental para la purificación del aire, ya que las plantas absorben lo putrefacto.

                   Parte el autor de la idea de que los colores que deben prevalecer en los cementerios son el verde para la vegetación y el blanco para las tumbas. El verde da descanso a la mirada por ser el propio de los grandes espectáculos naturales. La muerte debe representarse en blanco para que esta no se asocie con ideas tétricas.

                   En cuanto al diseño, entiende el autor que debe huirse de los trazados artificiosos. Los cementerios deben asemejarse a los bosques sagrados de la antigüedad y a sus trazados espontáneos. Deben evitarse los senderos de piedra, debiendo prevalecer el alfombrado de herbaje.

                   Combinando las ideas de Barallat con las de otros especialistas en la materia, podemos sentar las siguientes bases en cuanto a la botánica funeraria.

                   En lo que toca al arbolado, el ciprés es la especie por excelencia. Severidad, seriedad, reposo, esbeltez, elegancia, gravedad y su forma cónica, lo hacen muy indicado para los camposantos. A ello une una delicada y suave fragancia que resalta su idoneidad para lo recintos fúnebres.

                   La palmera, ocupa el segundo lugar entre los árboles recomendados. Por elevarse a mayor altura que los demás vegetales y por la elegancia y rectitud de su aspecto, ha merecido el nombre de árbol monumental. Según Barallat, es el más elevado símbolo de la renovación de la savia en el mundo vegetal, simbolizando la victoria del bien sobre el mal, el triunfo de la vida y la eternidad, ya que puede durar de dos a tres siglos. Ciertamente, las palmeras presentan dos variedades, la masculina y la femenina. Por ello, cuando un ejemplar de esas últimas se encuentre en un cementerio, será oportuno cortar y retirar los frutos que haya producido, pues forma parte de la recomendación general por razones de respeto e higiene no comer los frutos producidos en el recinto fúnebre. Por ello, ni los manzanos, ni los albaricoques, ni otros árboles frutales deben tener cabida en la necrópolis. Si ingiriéramos sus frutos, estaríamos nutriéndonos de las esencias vitales de los difuntos que han hecho crecer esos árboles y alimentado esos frutos.

                   El sauce llorón, por elegancia y melancolía y representar el dolor de los vivos ocasionado por el recuerdo de los difuntos, constituye también una especie muy apropiada para los recintos funerarios.

                   La encina, el roble, el álamo y el olmo, representan la fuerza relacionada con la permanencia de la vida, la robustez de la fe, la longevidad y la evocación poética, respectivamente y, por ello, son todos ellos adecuados para la ornamentación funeraria.

                   El tejo, es un árbol totémico en Asturias, hasta el punto de que era costumbre llevar a los difuntos una rama de tejo el Día de Todos los Santos para que les guiara en su retorno al País de las Sombras. Ha sido plantado profusamente en la Cornisa Cantábrica cerca de las ermitas, de los cementerios y en la plaza de los pueblos, al abrigo del cual se realiza el Concejo Abierto, aún vigente en Asturias en las Parroquias Rurales de menos de 100 habitantes. Sin embargo, no es muy aconsejable su presencia en el interior del recinto fúnebre, no sólo porque produce frutos, sino porque su semilla es rica en taxina, alcaloide tóxico que puede producir la muerte en pocos minutos en caso de ser ingerido.

                   Las cañas, son muy recomendables para adornar el perímetro del camposanto. Esbeltas y delicadas, a la vez que verdes y frágiles, su ondeo a merced del viento, invita a la reflexión sobre la vida a la vez que envuelven al cementerio en un marco melancólico.

                   El arce, acostumbra a brotar espontáneamente en los cementerios y por ese motivo se le asocia a la metamorfosis. Cumple en las especies arbóreas la misma función que la flor del narciso en las flores.

                   Césped y florecillas tampoco deben de estar ausentes. Simbolizan la humildad. Es el mundo de lo pequeño, de tanta importancia como el mundo de lo grandioso simbolizado por los árboles. El herbaje del parque fúnebre no debe confundirse con las praderías destinadas al mantenimiento de la ganadería, de tal manera que la alfombra debe ser análoga a la empleada en los parques de recreo (rye grass, principalmente). La hiedra reclama un papel destacado. Simboliza el cariño avasallado, cubriendo las losas, trepando por los enrejados, abrazándose a las rocas contiguas, extiende el imperio del color verde y denota el abrazo entre la vida y la muere. Entre las florecillas la más típica es la violeta aunque también debe estar presente el hisopo.

                   La siempreviva tiene un gran simbolismo por la permanencia de sus flores que influyen en el estado de ánimo y le insuflan la idea de perpetuidad.

                   La rosa simboliza el amor, y en el recinto funerario, significa el amor supremo, el amor trascendental, el amor de la sabiduría divina, el amor religioso y el amor de la pureza divina, cuando es blanca.

                   La malva, tiene mucha tradición funeraria. La expresión “criar malvas” equivale a estar enterrado en el cementerio.

                   La flor del narciso, representa la metamorfosis de la trasformación del cadáver que se descompone según las leyes de la química entrando de nuevo sus elementos en el desarrollo de la vegetación que circunda la tumba.

                   La albahaca, la menta, la mejorana y el orégano, son populares tanto por su fragancia como por sus formas. Su presencia está muy indicada sobre todo en los cementerios rurales como recuerdo de la vida agradable y del cariño.

                   Las ofrendas florales a los difuntos, tienen una gran significación. Las postmortem, honran al difunto en el proceso de distanciamiento de los vivos, a la vez que lo purifican y lo acompañan en el cementerio en tanto se marchitan. La vegetación de la necrópolis continúa presente de forma permanente en el jardín funerario quedando inserto el difunto en ese mundo vegetal. De ahí que los esfuerzos para conseguir la armonía entre el paisaje y la sepultura contribuye a crear un marco de solemnidad, de reposo, de respeto, para mayor honra de los muertos.

                   Ciertamente, el fenómeno cada vez más extendido de construir columbarios para albergar las cenizas de los muertos irá disminuyendo paulatinamente la importancia de esta disciplina. Pero ello no nos debe hacer perder interés por los cementerios y su conservación. Un cementerio antiguo, bien conservado, cuidado o restaurado, es un índice del gusto y del respeto de una comunidad hacia sus difuntos, a la vez que un testimonio histórico.



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