En la próxima festividad de Santa Bárbara seguirán tronando los petardos de dinamita en las cuencas mineras de Asturias. Son un testimonio, casi agónico, de la lucha por la pervivencia de un sector que tiene más de dos siglos de actividad, aunque siempre bajo la amenaza de liquidación en razón de las particulares características de los yacimientos; escasa potencia de sus capas, irregularidad de las vetas y composición, que encarecieron la explotación.
Se llevan muchos años de controversia sobre la continuidad de la actividad minera. Por un lado se reconoce que es difícil mantener el sector sin recurrir a fuertes subvenciones, pero además que es de difícil sustitución en las zonas territoriales en las que se desarrolla.
La fuerte incorporación de otras fuentes de energía, desde las renovables al gas natural, ha venido a complicar el debate sobre la planificación estratégica de la energía.
A nivel español el sector está en el nivel más bajo de su historia. La producción escasamente supera los 8 millones de toneladas mientras se importan 20 millones. En Asturias anda por el millón de toneladas y no se cubren las necesidades regionales. El declive parece imparable. En 1980 HUNOSA tenía 26000 trabajadores y producía en el entorno de 4.000,000 de toneladas, hoy tiene 1700 operarios y saca 800,000. La población en las cuencas mineras ha descendido en 30.000 personas. Sin que hayan dado resultados significativos los cientos de millones de euros asignados como “fondos mineros”, tanto por el PP como por el PSOE, para propiciar alternativas al cambio de actividad. La mejora en infraestructuras ha sido innegable pero resulta penoso que sirvan de referencia actuaciones como la recuperación de la mina de Arnao o el tren minero de Langreo, por no hablar de piscinas o polideportivos.
Los petardos de dinamita que explotaran en la festividad de la patrona de la minería, suenan a grito pero también a aviso sobre las graves consecuencias que tendrá el cierre final de los pozos, de imposible rehabilitación si algún día fuese necesario volver al carbón.
España, al igual que la UE, carece de otras fuentes autóctonas de energía, salvo las renovables y está agudizada la crisis por la desconfianza a la energía nuclear, como consecuencia de la catástrofe de Fukushima .No puede desentenderse del carbón propio.
Informes solventes ,como el reciente de la Asociación Mundial del Carbón, dicen que el uso del carbón se incrementará en un 50% de aquí a 2035 y dentro de uno o dos años superará al petróleo como combustible primario del planeta.
Está previsto que la demanda de carbón alcance los 8.100 millones de toneladas en 2016 y la mayor demanda provendrá de China para alimentar las 780 centrales de carbón que tendrá ese año.
El carbón, anatema de los ecologistas, sigue teniendo las ventajas de su amplia disponibilidad y bajo coste. Quemar carbón continua costando una tercera parte de lo que cuesta utilizar energía energías renovables, como la eólica o la solar. Las reservas mundiales de carbón son ilimitadas, mientras que el petróleo se agotará en 80 años y el gas en 200 años.
Volviendo a nuestra casa, es sabido que la UE nos prohibía las ayudas públicas más alla de 2014 y que el plazo se prorrogó hasta 2018. No hay mucho tiempo para reconducir la situación, tanto más cuando las condiciones presupuestarias son cada vez más angustiosas, pero es cuestión de prioridades y esto es lo que debieran tener presente los gobiernos de Rajoy del Principado, repasando el capítulo de las empresas públicas y fundaciones que reciben subvenciones,seguramente algunas mucho menos justificadas que la minería.