En mis visitas a la tierra talmúdica, siempre he tenido ocasión de convivir varios días en un kibutz y examinar ese ideal mantenido bien alto durante años, cuyo fin primordial ha sido sostener los valores universales de igualdad y justicia social entre individuos llegados de distintos países, con variadas costumbres, idiomas diferentes y conceptos de armonía disímiles.
Amos Oz, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007, nacido en Jerusalén en 1939, ha pasado la mayor parte de su vida en un kibutz, y al preguntársele de qué trata su obra literaria, lo dijo con una sola palabra: “familias”.
“Si fuera en dos, diría: familias infelices. Si fuera en más de dos palabras, tendría que leer mis obras”, añadió este hombre comprometido con el Proceso de Paz del Oriente Próximo, sin descansar un instante para que sus compatriotas y los palestinos se vean como iguales por encima de las diferencias políticas, única manera de poder llegar a una solución de convivencia entre ambos grupos.
Sus hermanos de sangre son los judíos. Sus hermanos de comprensión, los palestinos.
Se puede leer su obra y percibir esa afectación, pero para ahondar un poco más en su mundo “familiar”, ese cuyos resortes marcan y cubren a un ser sensible, dos obras pudieran abarcar ese contorno unido a la heredad de sus raíces, miedos y anhelos: el cuento “Las tierras del chacal” o vivencias de un kibutz, y el libro “Una historia de amor y oscuridad”, en cuyas páginas lúcidas, apasionadas y apasionantes, comprimió un telúrico círculo de su para nada dulcificada existencia.
En esos abultados folios va transcurriendo a ritmo de latidos del corazón y el desecamiento de la saliva al volverse salitre, su infancia y juventud, la trágica existencia de sus padres - el relato del suicido de Fania, la madre, es como si describiera el movimiento pausado de una ola antes de morir en la playa - , es el compendio de una historia de más de cien años. Tal vez por eso, la narración oscila hacia delante y hacia atrás igual a las manecillas de un reloj de bolsillo que se atrasa y vuelve a caminar al compás de los pasos del clan familiar. ta
Cuando se le entregó el premio literario en el Oviedo, el jurado dijo: “Amos Oz ha contribuido a hacer de la lengua hebrea un brillante instrumento para el arte literario y para la revelación certera de las realidades más acuciantes y universales de nuestro tiempo”.
El escritor hebreo abrió en nosotros – a partir del mismo instante en que nos enfrentamos a uno de sus libros -, las puertas de una nueva Eretz Israel y, como bien dejó dicho el propio autor con cognición y causa, “éste es el extraordinario milagro de la literatura”.
En la actualidad los kibutz han cambiado considerablemente debido a la exigencia de los tiempos, y debido a esa razón imparable, sus miembros prominentes – y Amos Oz está entre ellos - han venido desde hace años convalidando viejos valores sin desligarse completamente de las raíces que dieron razón de coexistir a sus legendarios fundadores.
Inmenso reto y, aún así, no quimérico. La igualdad y la necesidad de preservar la equidad social, es un dogma que el kibutz supo hacer germinar como ejemplo perenne de convivencia.