Una tierra. Dos pueblos

Durante siglos vivieron en santa paz. Han amado, sufrido y anhelado esperanzas sobre la tierra color ocre, seca a veces, fértil y renacida otras. Compartieron sus rezos ante las mismas piedras, sembraron trigo y recogieron aceite hermanados.

Ahora eso está truncado sin que nadie vislumbre los viejos tiempos, cuando los descendientes de Abraham o de los omeyas sunní saboreaban bajo las jaimas de cabra o piel de camello en el desierto de Galilea, Samaria, Negev o Sinaí, el mismo café negro, mientras unos rezaban la suras  y los otros el Libro de los Proverbios.

La convivencia actual entre árabes y judíos   es un nudo en la garganta que impide hasta un pequeño resquicio de esperanza. La sangre llama a gritos, y cuando se encuentran, el polvo, los espejos, el agua y la piel cobriza, se  cubren de escarlata doliente.

 Historias, de uno u  otro signo, hay muchas, todas iguales y  a la vez distintas. ¿Y la verdad? Atravesando sola el aire transparente  entre las estribaciones del Río Jordán y las riberas salitradas del Mar Muerto.

  Si uno se sienta bajo la sombra de las murallas de Jerusalén  oirá gemidores  relatos estremecedores de los hijos de Abraham  y los lamentos llegados por las llanuras de Tel Aviv y Yafo venidos de  Gaza

No es una frase hueca si decimos que judíos y palestinos están condenados a entenderse mientras el cielo y la tierra coexistan. Han vivido juntos desde el principio de  los tiempos bíblicos y lo deberán seguir haciendo. 

¿Alguien recuerda hoy por los caminos de Beer Sheba la existencia  de un largo periodo de paz entre esos dos pueblos nacidos a las sombra de los profetas?

La sangre corre en esa encrucijada de dioses y estos se han escondido en las cuevas del Mar Muerto.

Se habla de buscar la paz al conflicto,  pero el único camino es  empezar por reconocer la existencia del Estado de Israel.      

 ¿Algún día renacerá el sueño de Isaías en la brillante luminosidad de esa tierra?:

 “Y alegraréme  con mi pueblo,  y nunca más se oirán voz de lloro ni voz de clamor. Y edificarán casas, y morarán en ellas; y plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas”.



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