Graciano García, más que un sueño

La historia transcurre, sus protagonistas la impulsan y lo que yo hago, como hacen otros muchos, es escribir sobre la pequeña parte de ella a la que consigo tener acceso. Es lo que vengo haciendo desde hace cincuenta años, cuando en febrero de 1962 llegamos a las puertas de La Nueva España Graciano y yo para que nos dieran una oportunidad, porque ser periodistas era nuestra vocación por encima de ninguna otra.

Y desde entonces pasaron muchas cosas. De algunas fuimos testigos directos y las contamos; otras quedaron en la memoria, y en ella siguen; muchas ocurrieron sin que las alcanzáramos, y no pocas pasaron al olvido, porque es imposible llevarlo todo a cuestas.

Sin embargo, creo que tengo una aceptable memoria, al menos la suficiente para recomponer algunos acontecimientos y recordar a no pocas de las personas que los protagonizaron. Algunas fueron importantes en mi vida. Entre ellas Graciano, amigo entrañable, quien con una seguridad sorprendente, cuando yo dudaba de nuestras posibilidades en el periódico, me dijo: “no te preocupes, que ya estamos dentro”. Y fue verdad. Parecía increíble, pero ocurrió. Fue la misma seguridad que lo llevó, paso a paso y golpe a golpe, que de todo hubo, hasta convertirse en una de las personalidades asturianas más relevantes, como mínimo, del último medio siglo.

         Y con éstos y otros muchos datos, mientras un día de mayo de 2010 hablábamos de ello Evaristo Arce y yo en uno de nuestros frecuentes encuentros, pensamos que para evitar la injusticia del olvido, la memoria es flaca y la envidia generosa, alguien debería aproximarse a la biografía de Graciano, tan rica en ideas y porfiada en empeños. Unos de gran influencia en la vida regional y otros de dimensión universal, con algunos fracasos por el medio, que en absoluto empañan su brillante ejecutoria.

Y a Evaristo y a mí nos pareció que no debíamos confiar únicamente a la buena voluntad de la memoria general una vida tan generosa y fructífera, y concluimos que había que acometerla y, finalmente, que fuera yo quien lo hiciera, aunque sabía que me enfrentaba a una empresa nada fácil.

Y aquí estoy con este recién nacido entre las manos, con la ilusión de un principiante y la satisfacción de quien piensa que ha intentado hacer justicia, que es, como bien se sabe, dar a cada uno lo que le corresponde.

Para hacerlo he procurado que los hechos y la realidad se sobrepusieran a los afectos. E hice un tremendo esfuerzo para que la objetividad primara frente cualquier otra tentación. Y creo haberlo conseguido en una medida aceptable. Ustedes dirán. En todo caso, es una biografía íntima, escrita desde la proximidad, circunstancia que me permitió estar tan cerca o tan dentro de ella que roza en muchos momentos la mía propia.

Y fueron el origen común en Moreda, la permanente relación y los años de trabajo juntos los que me animaron a emprender la tarea, con la seguridad de que todos esos argumentos podrían permitirme coronarla con algún éxito. Y para ser consecuente y leal con quienes lean esta obra, conmigo mismo y con todo en lo que creo, di a leer el original a cinco personas, algunas no se conocen entre sí, y atendí de buen grado las sugerencias que me hicieron.

         Pero un trabajo de esta envergadura, que además de una biografía es la aproximación a la historia de un tiempo complicado y esperanzador, requiere un buen ejercicio de memoria, de documentación y, además, de la colaboración de otras personas que conocieron, convivieron o se relacionaron con Graciano a lo largo de su vida.

El resultado fue una obra coral, como dice Víctor Álvarez Antuña, en la que participaron, entre otros: Víctor García de la Concha, Evaristo Arce, Rubén Suárez, Diego Carcedo, Juan Ramón Pérez Las Clotas, José Vélez,  Román Suárez Blanco (los tres últimos fallecidos después de concluir el libro); José Luis Marrón, Faustino F. Álvarez, Jesús Manuel Martínez, Ignacio Martínez, Camilo López, José Luis García Martín, Pilar Rubiera, Melchor F. Díaz, Felipe Escudero, Yuri Nashuskin, Natalio Grueso, Paco Embil, Manuel González Prieto, José Luis “El Peru”, etc.

Y fue Evaristo Arce quien, después de leer el texto varias veces, me dijo que, hasta donde conoce, que conoce bastante, había logrado una aproximación fiel a la biografía de Graciano y que, a la vez, había dejado huella, como la sombra acompaña a la imagen, de una parte de la mía, tan cercanas durante más de veinticinco años de trabajo juntos y de estrecha proximidad siempre.

Sin embargo, a pesar de sus negativas iniciales, y de que hablamos después mucho sobre su vida y el libro, le dije desde el principio que no se lo dejaría leer hasta que saliera de la imprenta, porque éste es mi libro, le dije. Le reiteré hasta la saciedad que este es mi libro y no podía someterlo a su lectura antes de tiempo. Entre otras cosas, para evitar su cordial censura, una tentación lógica en la que podría caer.

Y cumplí rigurosamente mi propósito, porque hay tentaciones que se deben evitar: en él por la natural curiosidad, para ver qué trato doy a su historia, y en  mí, por la debilidad de ceder a esa curiosidad. Así, pues, queda claro que no tuve en momento alguno la intención de evitarle la sorpresa. Y lo llevó bastante bien.

         El libro comienza en Moreda, donde tenía que hacerlo y concluye en Moreda, porque todo cuanto ocurrió no hubiera sido posible sin los pasos que impulsaron desde allí todo cuanto sucedió después: su primera formación en la familia, los estudios, sus amigos de infancia, la vida en nuestro pueblo, tan influido por la mina y los mineros, y por los accidentes que lo llenaron de luto; la llegada a La Nueva España, y los años de aprendizaje al lado de Paco Arias de Velasco, Juan Ramón Pérez Las Clotas y Luis Alberto Cepeda; la creación de Asturias Semanal, publicación fundamental para Asturias y para cuantos participamos en ella; Ediciones Naranco, el fallido intento de Asturias Diario Regional, una feliz idea con pies de barro; y, finalmente, su proyecto más brillante, sólido y de dimensión universal: la Fundación Príncipe de Asturias, sus Premios y todas las ideas, que fueron muchas, que se consolidaron a su alderredor. Fue el caso de la creación del Coro, la llegada de los Virtuosos de Moscú, la Escuela Internacional de Música, el edificio Niemeyer, etc., además de la realización de sus proyectos particulares como Ediciones Nobel, recientemente enriquecida con la incorporación de otras editoriales; la  revista Clarín y el premio internacional de ensayo Jovellanos, que completan la nómina de ideas mayores convertidas en realidad.

Decía al principio que la historia discurre y que durante cincuenta años me había limitado a contar la pequeña parte de ella a la que conseguí tener acceso. Y en ese tiempo conocí a algunos de los protagonistas de esa historia. Personas que por sus cargos o por su personalidad se mueven dentro de ella con la libertad que quisieron, de modo que se entiende que sus acciones y decisiones fueron tomadas con plena responsabilidad. El ejercicio de la libertad exige que cada cual se haga cargo de su papel, porque quienes escriben sobre  lo que pasa no pueden cargar con los actos ajenos. El mensajero, como es bien sabido, no es el autor del contenido del mensaje, y sé que cuando lean el libro advertirán que en algunas de sus páginas  toma sentido lo que digo.

El aprendizaje en La Nueva España, fue fundamental para nosotros, porque allí nos enseñaron no solamente las cuatro reglas de nuestro noble oficio. Fue también una buena escuela para la vida. Y ya entonces, como recoge el libro, Graciano nos tomó unos metros de ventaja porque quería llegar más lejos y ya tenía en la cabeza la idea de abrir nuevos caminos frente a la incertidumbre. El había pasado un curso en Madrid, tiempo de descubrimiento de un mundo periodístico de mayor dimensión. Y allí asimiló cuanto pudo, que le fue muy útil. Y así nació Asturias Semanal, la publicación con la que pretendía, y lo logró en no escasa medida, abrir cauces a un nuevo periodismo más comprometido con la democracia, la cultura y la libertad; en un juego al límite. Un riesgo que significó que en cuatro ocasiones nos pillara el toro del secuestro, aunque en decisiones puramente intimidatorias, porque el juez nunca encontró razón legal para secundar aquellas acciones administrativas, políticas y policiales.

         Después del fracaso de Asturias Diario Regional, en plena oscuridad y cuando algunos le recomendaban que marchara fuera de la región, incluso de España, no sólo se negó a hacerlo sino que, de entre aquella oscuridad y en tan difícil momento, tuvo la luminosa idea que puso en marcha el proyecto cultural de alcance nunca imaginado aquí hasta entonces: la Fundación Príncipe de Asturias y los Premios que otorga cada año, que situaron a Asturias en un primer plano de proyección cultural.

Leí un día en la página de un periódico: “Desde Shakespeare nunca alguien ha logrado reunir tanto talento sobre un escenario”. Un bello texto que si alguno cree que no se acomoda a la realidad,  tendrá que reconocer que, como dicen los italianos, “e ben trovato”.

         Pero, efectivamente, hay que dar a cada uno lo suyo, y Graciano se dirigió con su proyecto a Adolfo Barthe Aza, presidente entonces de la Caja de Ahorros, a quien le pareció una excelente idea y la institución que presidía, y dirigía José Ramón Fernández Cuevas, aportó los primeros fondos para una investigación en la Federación de Fundaciones sobre su proyecto, que la entidad nunca dejó de la mano, aunque con intensidad más atenuada.

Pero las cosas se atascaron y cuando de nuevo comenzaba a faltarle el aliento, tuvo la suerte de encontrarse con Sabino Fernández Campo, entonces secretario general de la Casa Real, que advirtió la extraordinaria importancia de la idea que le ofrecía. La presentó al Rey y el resto ya lo conocen: Oviedo desde hace más de treinta años es uno de los grandes escenarios de la cultura universal. Los premios han logrado solidez y prestigio, y el Príncipe de Asturias ha alcanzado una dimensión que llega hasta donde alcanza la proyección de los nombres de los galardonados y los ámbitos de la cultura en la que se mueve su actividad científica, literaria, artística, política y social.

       Asturias, con la idea de Graciano como lanzadera, ha unido su nombre a los ámbitos en los que se investiga y se elabora el progreso en su sentido más incontaminado y riguroso. Por ese impagable mérito, el Ayuntamiento ovetense lo hizo, justamente, hijo adoptivo, para perpetuar su nombre unido al de la ciudad que nunca quiso abandonar, afortunadamente para ella.

Pero no debo olvidar nombres fundamentales como el de Pedro Masaveu, primer presidente de la Fundación, que se entregó al proyecto con entusiasmo, y su impulso económico fue un factor decisivo en los primeros años de consolidación.

A ella contribuyó decididamente su sucesor, Plácido Arango, impulsor de la institución y mecenas generoso de la llegada a Asturias de los “Virtuosos de Moscú”, cuya presencia contribuyó a conseguir un excelente nivel musical y una notable mejora en la docencia de nuestra región. Ambos, Masaveu y Plácido, contaron con la lealtad de Graciano y ellos le mostraron confianza, aunque hubo momentos de tensión, provocados por presiones de grupos que apenas le dieron tregua desde los albores del proyecto. Sabino, que conocía bien la calidad humana de Graciano y sus capacidades, paró aquellos golpes por insidiosos e injustos. Testigos de todo fueron Ignacio Martínez, Luisa Álvarez Cienfuegos y José Luis García, “el Peru”, primeros empleados de la Fundación, que se entregaron a la causa con verdadero entusiasmo, conscientes de que contribuían al nacimiento y desarrollo de una obra de gran alcance y envergadura. Después, superados aquellos primeros tiempos, accedieron a la presidencia, sucesivamente, José Ramón Álvarez Rendueles y Matías Rodríguez Inciarte, éste actualmente en ejercicio.

Pero todo eso que ocurrió durante más de treinta años tiene, detrás de las imágenes  de las televisiones, las palabras de las radios y las páginas de los periódicos, una intrahistoria de lucha, desvelos, porfía, retos, confrontaciones y desengaños, pero, sobre todo, de éxitos. Y entre unos y otros se ha mantenido inalterable, sólida y plena de afectos la relación y complicidad del Príncipe y Graciano, un entendimiento que ha sido columna vertebral de la Fundación y de los premios.

Y el relevo llegó. Sabino ya no estaba y el cese fue un verdadero acontecimiento que se produjo, es mi opinión, no de la mejor manera y con escasa sensibilidad. Porque Graciano, me lo decía casi a diario, se encontraba al límite de sus fuerzas, no podía más y estaba dispuesto al relevo, cansado de acosos y presiones de todo tipo, y del esfuerzo para defender la independencia de la Fundación y de los Premios, frente a las ambiciones e intereses de personas y grupos, para los que él resultó una barrera infranqueable. Algunas de esas presiones fueron insoportables, como me repetía. Y el cántaro fue demasiado a la fuente…

Efectivamente, es mi opinión compartida por mucha gente, el relevo de Graciano en la dirección de la Fundación no ocurrió de la mejor forma  posible para con quien fue el autor de una idea de la dimensión que conocemos.

Y quiero en este instante elevar más aún la voz para que el eco perpetúe mis palabras: Sin Graciano no hubiera habido Fundación, ni Premios, ni esa nómina de sobresalientes nombres de premiados hubiera paseado las calles de la ciudad ni los caminos de Asturias. Y el Príncipe nunca hubiera pronunciado desde el escenario del Teatro Campoamor esos discursos llenos de contenido, que son como la declaración anual del rigor de su pensamiento y la expresión de la solidez de sus convicciones. Además, la aparición de una princesa asturiana en su vida dio mayor proximidad y arraigo a la presencia de don Felipe entre nosotros, además de añadir consistencia a la institución.

Y sin la idea de Graciano, por supuesto, ilustres casi desconocidos del gran público hubieran conseguido la dimensión universal que lograron.

Sin embargo, la Fundación y los Premios son patrimonio de todos los asturianos y de todos los españoles. Pero los asturianos, por lo que nos toca, que nos toca mucho, debemos defenderlos, porque nos va en ello no solamente una excepcional plataforma para enseñarnos al mundo, sino el prestigio y solidez como conjunto humano capaz de aguantar unidos cualquier intento de debilitamiento o desnaturalización. No debemos olvidar que es uno de nuestros patrimonios irrenunciables.

Ahora, desvinculado de la dirección activa por un reglamento ad hoc, Graciano es director honorario vitalicio, título que vinculará para siempre unidos al inventor y a su invento. Y me consta que el añadido de vitalicio al titulo de honorario fue cosa personal del Príncipe, que mantiene con Graciano, fuera de su ámbito familiar e íntimo, el más fuerte vínculo emocional.

Y libre ya del agobio de la batalla de cada día, Chano me repite que vive feliz, sin presión, en paz consigo mismo, aunque no haya conseguido aún hacer limpieza total en los recovecos de la memoria. Y lo ayudan en ese estado de felicidad activa,  Fefi, sus hijos Pelayo y David, y sus cuatro nietos, que lo tienen con la baba a flor de labios.

Por esa ingente arquitectura cultural construida desde Oviedo, Graciano recibió numerosas distinciones, entre otras la de hijo predilecto de Aller, nuestro municipio natal; ya cité la distinción ovetense; la Medalla de oro de Asturias; el título de periodista de honor de la Asociación de la Prensa; la Gran Cruz de Carlos III, la más alta condecoración civil española que le concedió el Rey a propuesta del Concejo de Ministros, y otras nacionales y extranjeras.

Y para que esta historia tuviera también una página en las antologías, Antonio Colinas, premio nacional de Literatura 1982, le dedicó un bello poema que incorporó a sus obras completas como homenaje a Graciano para siempre:

Quizá algún día alguien os recuerde

que en esta tierra hubo un hombre libre.

Quizá algún día alguien os recuerde

que un hombre de esta tierra dio a los sueños

más altos realidad hermosa y honda.

Viene una claridad desde los montes

que a España hicieron y con su verdor

tan tierno, ese hombre fue elevando

la altura de su vida y de la nuestras…etc.

 

Y antes de concluir, quisiera abrir un capítulo de agradecimientos, breve en el espacio pero grande en el corazón: Al Colegio de Médicos que nos acoge, generosamente, en este excelente salón.

Agradecimiento muy especial a quienes me acompañan en esta tribuna, Evaristo Arce, Rubén Suárez y Diego Carcedo, queridos compañeros y amigos, parte sobresaliente de una generación inolvidable de periodistas, testigos de un tiempo complicado e historia viva, afortunadamente, del mejor periodismo moderno de nuestra tierra. Son prologuistas del libro, junto con Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes y director honorario de la Real Academia, cuya presencia física no fue posible pese a sus vehementes deseos, (pero vale su emocionado mensaje, pleno de afecto y de recuerdos entrañables). Ellos forman parte de mi otra familia, nacida y crecida en la cercanía y calor de la redacción, en el periódico.

Mi gratitud a Benito García Noriega, director de KRK. Es amante de los libros y perfeccionista en su elaboración, como bien se ve. Acogió mi oferta con entusiasmo y la convirtió en una obra maestra de la edición. Y a César Inclán,  hoy representante de la editorial en esta mesa, que colaboró muy activamente en todo el proceso. Y no me olvido en modo alguno de Enrique Fernández, a quien agradecemos su colaboración muy especial en la organización de este acto.

Gracias a Pablo, mi hijo y ahijado de Graciano, por este excelente retrato que pintó hace unos meses, que nos vino muy bien y que da mucha fuerza a la portada.

Y, finalmente, gracias a ustedes por acompañarnos en este acto, que es a la vez la presentación de este trabajo y un homenaje a su protagonista. Precisamente Fefí y él celebran hoy, 10 de octubre,  el cuarenta y dos aniversario de su boda.

         Queridos amigos: cuando miro hacia atrás y contemplo el medio siglo transcurrido desde nuestra llegada a las puertas de La Nueva España, siento que se  ha ido en un soplo una bella historia, una historia inolvidable, llena de vitalidad, éxitos y contrariedades, que no merece que su memoria se pierda para siempre.

Que no se queden por el camino los nombres de quienes hicieron que esa historia fuera diferente, en la medida que se le puede cambiar el rumbo con ideas, trabajo y capacidad para contagiar a otros que, tal vez sin saberlo, caminaban en la misma dirección. Y yo, que he tenido acceso a una pequeña parte de ella, hice cuanto pude para que no se la llevara el viento, que siempre pasa y nunca se queda. Y este libro es una prueba de que si alguien lo desea y se empeña en la tarea, hará posible que alguna ráfaga se detenga y remanse su fuerza entre sus manos.

Graciano García, nada fue un sueño, es la aproximación a la biografía de quien un día me dijo que no podía permitirse soñar, porque la vida lo empujaba y necesitaba encontrarse pronto con ella.

Antonio Garrigues Walker lo retrató muy ajustadamente con gran economía de palabras: Graciano, dijo, es el único constructor de utopías que conozco que tiene los pies en la tierra.

 



Dejar un comentario

captcha