Llegamos a la República Dominicana, acariciando en su isla esa tierra que vislumbrase Colón cinco siglos atrás poniendo feliz final a su descubridora travesía hacia las Américas. El grito de Juan de Triana desde el mástil superior avistando finalmente la tierra descubierta, en nosotros se hacía asombro por otro descubrimiento más humilde y a veces humillante: ir al encuentro de una realidad humana que nos gustaría no tener que descubrir ni a la que asomarnos, pero que nos reclama desde la caridad y solidaridad cristianas. Haití sigue siendo un punto que espera mil respuestas: esas que no dependen de nosotros ni está en nuestra mano saberlas responder o dar una deseada solución.
Por eso de un golpe te sabes pequeño, aprendes que eres discípulo de Otro y su instrumento de paz y de amor, pero nunca el protagonista con tu genialidad y medida por delante. Con esa pequeñez, con esa conciencia de ser enviado por el Señor, con todo esto Él puede hacer luego milagros. Y los milagros los veremos una vez más.
La humedad del ambiente, nos avisaba del clima que nos va a acompañar en este viaje solidario. Estábamos cansados tras muchas horas de vuelo desde Asturias y Madrid, a las que se añadían seis horas más a un día ya vivido por ir en dirección contraria a la salida del sol. Al irnos a la cama, eran las diez de la noche hora local, mientras que en nuestros cuerpos seguían marcando las cuatro de la madrugada en la hora española. ¡Había sido un día de 28 horas Dios mío!
Mensajeros de La Paz están cumpliendo 50 años de historia. El Padre Ángel y todo su equipo de colaboradores llevan adelante esta asociación cristiana en los lugares mas insospechados en donde se espera la llegada de la caridad solidaria. Son cincuenta años de entrega a los más desfavorecidos, ya sean niños, jóvenes o ancianos, sanos o enfermos con sus particulares heridas, todos aquellos que llevan en su cuerpo o en su alma el estigma del dolor, del abandono, de la exclusión, de la desesperanza en cualquiera de sus terribles formas. Todo empezó en Asturias cinco decenios atrás, cuando esté joven sacerdote comenzó la evangelización de los pobres con los primeros niños.
Mensajeros de La Paz como quien anuncia esa Buena Noticia que sabe al evangelio del Señor, y que en su Nombre y por su Amor se acerca a los pobres el consuelo y la ternura que les devuelve la más alta dignidad de lo hijos de Dios. Vamos cargados de cajas con la pegatina de ayuda humanitaria. La mejor pegatina la llevamos en el corazón y en la cara: salir al encuentro de los que Jesús prefirió. Es poner el rostro amable de la Iglesia de Cristo que se hace anuncio, caricia y entrega en su nombre hacia los que son víctimas del egoísmo inhumano y atroz, o víctimas de catástrofes naturales o bélicas.
A la mañana siguiente, tras levantarnos a las cinco y cuarto, salimos para el aeropuerto para volar a Puerto Príncipe. Es la primera cita con este mundo al que vamos. Haití nos espera como mensajeros de esa paz que no sólo hace cincuenta años sino veinte siglos, sigue llenando los ojos y el corazón de tantas personas de un motivo de alegría en medio de su dolor, capaz de despertar o estrenar por vez primera el milagro de la esperanza cristiana.
*Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo